Lo primero que pensé fue que de seguir así no iba a poder notificarme algún día de la pensión de jubilación que espero desde hace años.
Me interrogó sobre las preocupaciones que me asaltaban y la frecuencia con que pensaba en ellas, así me convencí de que me había convertido en un vulgar consumista, atrapado en las redes de la moda y de las falsas necesidades.
Cómo negarle que por la noche se me aparece el Audi A-3 Sportback rojo pasión y me acompaña hasta bien entrada la madrugada, sin que pueda conciliar el sueño. O que en las mañanas me parece tener entre mis manos el Samsung Galaxy S4 para comunicarme vía WhatsApp con mis amistades.
De las confesiones sobre los aparatos pasé a las obsesiones con las mujeres. Le conté que tenía una amiga de la que estoy enamorado desde hace más de diez años y siempre la increpo en busca de una respuesta que aplaza sistemáticamente; de la otra que me jura por sus padres que nada tiene con un compañero de trabajo y no sale de su oficina; de una tercera que vive en otro país y dice amarme apasionadamente y cuando le digo que voy a viajar, me llena el correo de disculpas.
También le hablé de esos autores favoritos de los que no puedo liberarme y sus libros me persiguen sin que tenga la voluntad necesaria para negarles una lectura.
Le hable de Philips Roth, de Antonio Muñoz Molina, Cervantes y de tantos otros que no se si son de verdad mis amigos o los fantasmas que me rondan.
No quería tratar ese tema pero no pude evitarlo. Le dije simplemente que se ha instalado en algún resquicio del cerebro y que por más que intento no pensar en él, lo sigo por entre canales, periódicos, diales o simples conversaciones, es mi equipo del alma y últimamente me ha dado golpes tan dolorosos como ese cuatro cero frente al Caldas.
Finalmente el médico me dijo que sufría de una depresión severa y que el único tratamiento posible era desterrar del pensamiento todo aquello que me generara conflicto. Le prometí que olvidaría los autos, celulares, y objetos costosísimos y que las imágenes de las mujeres las archivaría definitivamente.
Y a su equipo del alma?
Tal vez … si se lo llevan para Pereira.
Cuando el médico tocó mi espalda y escuché el comentario de que yo no tenía músculos, sino una pared atrás, comencé a sospechar de que algo grave me ocurría, hecho que corroboré cuando me dijo que el estrés me estaba matando, pero no solo eso, sino que tenía otras patologías asociadas a la angustia y a la ansiedad.
Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN Profesor Titular UT
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