Ya no están, pero siguen entre nosotros

libardo Vargas Celemin

Han partido dejando una impronta en sus comunidades, un ejemplo de entrega por las causas populares y una impresionante indiferencia de la sociedad civil que los vio partir  desde el confort de su cotidianidad, a través de  las imágenes y los comentarios tendenciosos de los medios que, muy pronto se olvidaron de sus nombres, de sus familias  y  del trabajo acucioso que realizaron hasta el día en que las balas asesinas truncaron su existir. Cayeron en los caminos polvorientos, en las chozas construidas de humildad, en las carreteras desérticas y hasta  en las calles de las ciudades. 

El año que acaba de pasar dejó cifras avergonzantes para una sociedad que posa de ser democrática y de un gobierno que, por un lado expresa frases de condolencia, y promesas de realizar investigaciones exhaustivas  y por el otro trata de enredar las investigaciones, distorsionar los móviles de los hechos, mientras  se ufanan de haber bajado los índices de muertos, cuando todos sabemos que estamos ante una masacre permanente de líderes y lideresas sociales, defensores de los derechos humanos, ambientalistas, gestores culturales, indígenas, etc.

Son tantos hombres y mujeres, muchos de ellos no alcanzaron a figurar en los registros oficiales de esta infamia  y sus cuerpos se descomponen en fosas perdidas en la geografía nacional. Unos pocos ejemplos de algunas de las más recientes víctimas representan a todos aquellos que tributaron sus vidas por hacer de Colombia un país distinto.

Dimar Torres excombatiente y reinsertado de la Farc, asesinado el 22 de abril por un integrante del Ejército nacional. Según el Ministro de Defensa de la época,  se debió a un enfrentamiento con un suboficial, cuando  Torres trató de quitarle el arma, versión que fue desmentida ante las evidencias y oficiales del Ejército tuvieron que pedirle perdón a la sociedad por este crimen. Cristina Bautista, cuarenta y dos años, gobernadora indígena de Tacueyó, trabajadora social  de la Universidad del Valle. Delito: defender la implementación de los Acuerdos de Paz. Murió convencida de que: “somos más los que queremos la paz  que los que quieren la guerra”.

Dilan Cruz, 18 años, recién graduado de bachiller, un joven alegre que soñaba con ser sicólogo o administrador de empresas. Delito: marchar el 23 de noviembre, causa: un impacto disparado por un miembro del Esmad en las calles de Bogotá. Lucy Villareal, 32 años, recién graduada, no alcanzó a recibir el título de Licenciada en Artes visuales, por estar dictando talleres a los niños. Delito: defendía los derechos Humanos y de género. Sus dos hijas la siguen esperando para celebrar la Navidad.

Como lo dijo la novelista chilena Isabel Allende “La gente solo muere  cuando la olvidan”, por eso debemos recordar siempre a nuestros líderes sociales asesinados.

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