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Hace 28 años, en la primera edición de El Nuevo Día, monseñor José Joaquín Flórez, el primer arzobispo de Ibagué, declaró, a modo de diagnóstico social: “La crisis moral del país también afecta al Tolima”. Al igual que hoy, la violencia y el enriquecimiento fácil golpeaban a Colombia y en el departamento, naturalmente, había ejemplos de esos fenómenos.
Por esos días, Alberto Santofimio Botero, el otrora poderoso líder político del Tolima, tenía las miradas encima por la sospecha de haber tenido algo que ver con el asesinato de Luis Carlos Galán y su hegemonía liberal, a juicio de algunos, se caracterizó por las prácticas ilegales en la administración pública.
Preocupaciones asociadas a la corrupción, las diferentes expresiones de violencia, la limitación de libertades y derechos, y el atraso institucional se tradujeron en la creación de la Constitución de 1991. Sin embargo, al Congreso de la República no le interesó reglamentar buena parte de las normas y por años se han mantenido algunos vicios.
Optimista, monseñor Flórez dijo en su momento que aunque el departamento no se podía sustraer de influencias externas del país, tenía valores espirituales que lo hacían resistente al conflicto y la corrupción. En parte erró: años después ocurrirían algunos de los episodios más cruentos de la guerra en el Tolima y, más recientemente, hechos vergonzosos como el desfalco de los Juegos Nacionales.
Hoy, su tercer sucesor en el arzobispado, monseñor Orlando Roa Barbosa, considera que el abuso de poder para uso propio e intereses particulares sigue siendo un cáncer que aporta a la crisis moral, pero, más que eso, dijo que hay normas de la Constitución de 1991 que agudizaron ese estado.
¿Considera que el Tolima continúa en una crisis moral?
La pregunta debería ser: ¿Colombia sigue en crisis moral? Todo lo que vive el país afecta al Tolima. Este no es un departamento aislado o una rueda suelta que tenga una normativa distinta a la de todo el país. Sabemos que Colombia se rige por la Constitución de 1991 y también conocemos las implicaciones y las repercusiones que ha tenido en la vida del país lo que está consignado en la carta magna.
¿A qué se refiere?
A que se ha ido legislando a partir de la Constitución del 91, llevando a la sociedad colombiana a relajarse en la práctica de las costumbres éticas y morales. Aunque no son el legislativo, en Colombia la Corte Constitucional o la Corte Suprema de Justicia legislan con las decisiones que se toman o con las orientaciones que se dan en materia de vida, por ejemplo.
Los colombianos nos dejamos imponer fácilmente una ideología venida del exterior sin que, de pronto, le hagamos suficiente discernimiento para que cojamos lo bueno y le digamos no a lo malo. A veces nos falta autenticidad y criterio para manejarnos mejor nosotros mismos.
Por estos días, la Corte Constitucional analiza la posibilidad de abrir la puerta a la despenalización del aborto. Supongo que alude a temas como ese.
Por ejemplo. Si hay un tema por definir en el Congreso con relación al aborto, la última palabra la tiene la Corte Constitucional. No debe ser así. Para eso está el legislativo. Dicen que la Corte Constitucional tiene que salvaguardar la Constitución, pero a veces uno ve que no la salva sino que, por el contrario, la pone en contravía de los artículos. En Colombia no habrá paz mientras no respetemos la vida en todos sus momentos.
Si la Constitución dice que un derecho fundamental de los colombianos es la vida y en el recinto del legislativo se trata de preservar la vida, por qué la Corte Constitucional dice que no. Hay que hacer una consideración de cómo, desde el 91, en Colombia se han hecho leyes y normas que afectan mucho el comportamiento de los ciudadanos. En vez de respetar la vida, quieren abocarnos a que los colombianos la destruyamos.
Pero lo que usted considera como retrocesos, para muchos son avances...
No. En el tema de familia, por ejemplo, ustedes saben que en algún momento se empezó a cuestionar el concepto de familia y cómo se constituye. Nosotros lo tenemos claro: papá, mamá e hijos. En otros países se maneja un concepto distinto, entonces en Colombia también tenemos que hacerlo. No debe ser así. Hay que respetar los fundamentos de lo que realmente es una familia.
Como ese aspecto, hay que tener en cuenta otros como la educación o la juventud, porque así se puede tener una valoración holística desde el punto de vista de la moral que en el país se está manejando. Si en Colombia se patrocina el aborto, la eutanasia y otras formas de violencia para destruir la vida, no vamos a tener paz.
El papa Francisco dijo estar a favor de la uniones civiles entre parejas del mismo sexo porque tienen derecho a conformar familia. ¿Qué dice al respecto?
Me parece que esa declaración fue sacada de contexto y está manipulada porque hay personas interesadas en hacerle decir al Papa cosas que no ha dicho. El Papa nunca ha hablado de matrimonio entre parejas del mismo. Él habló de pertenecer a una familia. Una persona homosexual no puede renunciar a su familia y esa familia no puede renunciar a él por la condición de vida que tiene. El Papa no le está diciendo vaya y se casa. Es distinto.
La corrupción, como un fenómeno social y político, ¿qué tanto daño considera que ha hecho a la moralidad?
La corrupción tiene muchos tentáculos. Piense usted nada más cómo se manipulan unas elecciones comprando la conciencia de las personas con dinero. Es una cosa que se ha generalizado en todo el país y el Tolima no es ajeno a esa circunstancia. Me da angustia ver cómo aparece en el país como si fuera una jugada normal. Se ha naturalizado. Es como un cáncer que ha hecho metástasis y se manifiesta en todos los comportamientos en los ámbitos político y social de Colombia.
¿El dinero a través de la vía fácil qué tanto ha permeado al Tolima?
En Colombia ese tema pasa por la realidad del narcotráfico. Eso hace mucho daño a una sociedad. Eso también hace parte de la moralidad del país. Ahora, en el Tolima estamos viviendo un tiempo de tranquilidad y relativa calma gracias a Dios. Ojalá nos mantengamos así. El impacto del narcotráfico no es tan fuerte en el departamento. De pronto sí lo es frente al consumo, llevando consigo a ser testigos de otro flagelo: la inseguridad, que no solo se ve en la capital y otras ciudades grandes, sino en los pequeños pueblos.
¿Nuestra clase política tiene responsabilidad en esta crisis?
La política tiene que tener como fundamento buscar el bien común. Yo, como Arzobispo, no voy a ser el juez del Alcalde, el Gobernador, los concejales y diputados. Lo que sí puedo decir es que a ellos y a mí nos compete trabajar por el bienestar de todos. También tenemos que comprometernos. Eso significa que tenemos que ser coherentes entre el discurso que manejamos y lo que hacemos, entre la tarea y la responsabilidad que tenemos en nuestras manos y lo que debemos hacer. A todos nos toca trabajar por el bien de la sociedad.
A su modo de ver, en comparación con lo dicho por monseñor José Joaquín Flórez en 1992, ¿cuál es la situación moral del Tolima hoy?
Hemos retrocedido. Le hice una referencia a la aplicación de la Constitución de 1991 que ha contribuido en alguna manera, no en todo, a que se relajen las costumbres con las leyes que nos llevan a comportamientos que a veces lo dejan a uno perplejo. Leyes que en vez de servir para construir una mejor sociedad, nos llevan a construir una sociedad alejada de Dios y de los valores éticos, morales y religiosos.
¿Qué plantea para salir de ese retroceso del que habla?
Cada uno, desde su condición, tiene unos desafíos muy serios para construir país en temas de moral. A las religiosas y los religiosos, a los laicos comprometidos, a los sacerdotes, a los obispos, a la Conferencia Episcopal nos corresponde evangelizar. Es una tarea en la que estamos empeñados para construir el país no solamente con base en valores religiosos, espirituales y éticos, sino también para construir el país con una moral sana.
¿Considera que de alguna manera la pandemia ayudó en la búsqueda del bien común?
Aprendimos a ser más fraternos en la pandemia y compartir un poco más en familia. Creo que nos ha formado en responsabilidad ciudadana en parte a los buenos oficios de las autoridades del Municipio, el Departamento y la Nación. Y nos ha formado también en responsabilidad cristiana entendiendo que todos debemos velar por la vida del hermano y por la propia vida.
¿Qué significó la labor de monseñor José Joaquín Flórez para Ibagué?
Mucho. Durante 29 años en la ciudad, primero estuvo como obispo y luego se convirtió en el primer arzobispo de Ibagué. Lo recordamos como un hombre muy respetuoso, caballero, sereno y con virtudes realmente espirituales, humanas y cristianas que lo llevan a uno a ver en él a una persona que estaba tratando de construir su camino de santidad. Un hombre que tuvo impacto en la vida de la Arquidiócesis y en la vida social de Ibagué. Que un colegio lleve su nombre, por ejemplo, habla de lo que significó para la ciudad.
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