Los pitos, los tambores y los gritos se escuchan en el fondo, vestido con su camiseta amarilla, mirando sus guayos, está Wilfrido, una mano toca su espalda es James, comienza su recorrido por el pasillo, otros grandes de la tricolor lo acompañan, los sonidos se agudizan, el Colombia Colombia es unánime, pero si escucha con mucha atención, percibirá el nombre de Wilfrido, Wilfrido; en ello piensa mientras termina su ejercicio de fortalecimiento, en ello piensa mientras cambia de acción, es un momento difícil, pero debe seguir adelante.
El frío de esta mañana le recuerda ese 23 de agosto, en el estadio de techo cuando el profe Gamero le pidió que generara diagonales, que aplicara el ‘picantico’ de ese por el que ya es reconocido y que obliga a equivocarse a la defensa rival.
“Habíamos marcado el primer gol con pase mío, tenía locos a los defensas, voy a disputar una pelota arriba, Harold Macías me da un fuerte golpe en la rodilla, rompiéndome el menisco por completo, quedo en el piso, intento levantarme, no puedo, entre lágrimas me sacaron en el carrito”.
Wilfrido de la Rosa estaba lesionado, no podía caminar, Darwin López, fue su apoyo para desplazarse desde Bogotá hasta Ibagué, el viaje fue tortuoso, luego de resonancias y otras labores, se programa la operación para el 12 de septiembre. El tiempo pasa, la ilusión de reaparecer, está más viva que nunca, Wilfrido lleva en sus manos los resultados de diversos exámenes, y espera que en esta cita le dan de alta y pueda por fin volver a la cancha. El lunes 29 de febrero se inicia una cáscada de noticias poco aletadoras.
“Fue un ‘baldado de agua fría’, hicieron junta médica, tenía el menisco roto, tenían que operarme y durar otros seis meses por fuera de la cancha”.
Wilfrido es cristiano, por ello dice no ha envenenado su ser, buscando culpables, mientras espera la fecha para su nueva intervención quirúrgica, con el mismo cirujano. El jugador del Deportes Tolima, afirma que son cosas de Dios, que ocurren por algo, esta devoción y respeto fue cultivada por su madre, su hermano y, en sus últimos años de vida, por su padre.
“Mi viejo era mi mejor amigo, siempre jugábamos, charlábamos, había una confianza que pocas veces he visto entre padre e hijo, mamábamos gallo, cantábamos, verseábamos, nos decíamos cosas bonitas por teléfono, el cariño era muy grande, desde niño estaba muy unido a él, es más, mi mamá sentía un poco de celos, porque yo lo buscaba siempre; desde la partida de él quedó un hueco en mi corazón que nadie lo va a poder llenar”.
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