Saca ‘brillo’ a la vida durante esta pandemia

Crédito: HÉLMER PARRA - EL NUEVO DÍA
La vida de los lustrabotas no ha sido fácil, pues debido a que las personas evitan salir a las calles para no contagiarse de coronavirus, su trabajo ha disminuido bastante y, por ende, el dinero para llevar a casa.
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Es miércoles y la Plaza de Bolívar parece un domingo a tempranas horas de la mañana. No hay visitantes en la Alcaldía y los cafés aledaños están cerrados, tampoco hay feligreses para la misa de mediodía en la Catedral y, solo, en una silla, un lustrabotas espera su primer cliente.

Cuenta, mientras espera a alguien que solicite su servicio, que la situación ha sido muy difícil para todos en estos días. No hay mucho trabajo, pero “gracias a Dios he podido subsistir en estos tiempos de coronavirus”.

Él es Rafael Antonio Perdomo Valdés, vive solo con sus dos hijos y ha trabajado durante muchos años en este oficio, alternando con otras labores. Asegura no haber pasado una situación tan difícil como la que ha sufrido durante estos días.

“No me explico cómo he subsistido. Sí he visto la misericordia de Dios con las personas de escasos recursos económicos. Al menos yo, he tenido algo para comer, con sufrimiento”, narra.

Esta semana Rafael Perdomo retornó a la calle, a un lado de la Plaza, lugar donde hace más de un mes se congregaban varios compañeros para embetunar los zapatos de concejales, líderes cívicos y otras personas de a pie.

En ese momento llega uno de sus clientes, una persona que ya lo conoce desde hace tiempo y le solicita sus servicios. Acomoda a un lado los cepillos y el betún y amarra un trapo en sus dedos índice y corazón, con los que empieza a aplicar la cera para el calzado.

Y mientras trabaja cuenta: “Hay poca gente en la calle y los que salen no tienen dinero y son dos o tres lustradas. Pero eso no es lo peor: lo peor es que hay poco dinero y los productos que uno necesita para comer están muy costosos.

“Están abusando mucho en los precios de primera necesidad, no hay control. Ahora también los tapabocas, que antes los encontraba a 500 pesos, ahora a dos mil o tres mil, y del alcohol, venden una botella en $20 mil, nadie controla esos precios. Se aprovechan de la necesidad”.

Si bien, estos días no ha comprado materiales para su trabajo, espera que cuando deba ir al supermercado estos no hayan subido de precio.

Con los zapatos relucientes, el cliente le agradece su labor y entrega a Rafael los dos mil pesos que cuesta el servicio. Rafael se acomoda a la espera de que pronto llegue otro ciudadano.

Credito
ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS

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