“Socorro” … la vida es un tango

Crédito: Suministrada - EL NUEVO DÍA
La vida de Socorro cambió para bien cuando conoció a Libardo Ávila.
Socorrito nació en Armero y allí la furia de la naturaleza le arrebató a toda su familia de un tajo el 13 de noviembre de 1985. En la época en que todos empezaron a verla por las calles del Líbano, lastimosamente ya se encontraba enferma
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La tarde en que fui a visitarla me esperaba orgullosa en la puerta de su nueva casa. En medio de la algarabía que armó en este momento, extendió sus brazos, los dispuso para estrecharme y acomodó a Libardo, su compañero como si se prepararan para una ceremonia; este obedeció la formación ordenada y respondió con una sonrisa plena que le iluminó por completo su tez mustia, apaleada por la ceguera y para completar este cuadro de ternura, en la mitad de la pareja, el gato aferrado a las piernas de sus dueños también se unió a la bienvenida.

Desde abajo me gritaba “Cuidado profe se resbala”. Sentí una devoción inmensa por aquellos dos seres que aguardaban mi llegada de esta manera tan genuina e inocente. Como pude bajé el sendero resbaladizo y los alcancé en su portal casi chocándolos en mi intento.

Inmediatamente la anfitriona dispuso para mí una de las dos únicas sillas del humilde hogar y me ofreció gaseosa en un viejo pocillo sin asa, yo la invité a que se sentara conmigo y así todo el tiempo compartimos el butaco, mientras Libardo, aparte de interrumpir constantemente la charla, trataba de sintonizar una emisora en un pequeño radio de pilas, el único lujo que descubrí en esta humilde vivienda, recientemente donada por la Fundación “Entregando amor” creada por la dragoneante del Inpec Claudia Angélica Pacheco, quien en compañía de setenta personas que aportan $10.000 mensuales, se dedican a redimir el sufrimiento de los ancianos abandonados del municipio.

La casa nueva se encuentra ubicada en el barrio Los Pinos, es de madera, el piso de tierra, tiene servicio sanitario, tres habitaciones, agua y luz. El ranchito antiguo ya estaba por caerse y se les inundaba cuando llovía. Ahora, gracias al corazón bondadoso de Claudia, viven seguros. Muchos abuelos desprotegidos, con la ayuda de esta fundación, tienen un techo, un alimento y una voz que los auxilia en sus necesidades.

 

Sus orígenes

Socorrito nació en Armero. Allí vivió hasta el nefasto 13 de noviembre de 1985, en el que la furia de la naturaleza le arrebató a toda su familia de un tajo. Su nombre de pila es María del Socorro Rojas de los Ríos.  No se acuerda de la edad que tiene, pero según su compañero, se encuentra entre los 58 y 60 años. En su memoria perviven aún los nombres de sus padres: Bernardo Rojas Rojas y Aura de los Ríos.  El padre, según ella era poeta y la madre una gran cantante: (…) “ella fue cantante de las grandes y cantaba como la soprano Alba del Castillo, en mi casa mis hermanas Leidy y Mariela tocaban tiple y guitarra y yo cantaba, también me gustaba bailar, era muy linda cuando niña y muy traviesa. Tuve dos hermanos mellizos yo era la menor, la mimada, yo estudié todo el bachillerato en Armero”.

Se queda un momento ensimismada con la mirada perdida y sus ojos se llenan de lágrimas: (…) “Toda mi familia me la quitó la avalancha y por eso quedé enferma de la mente, llorando por mi mamá. Me sacaron del lodo toda aporriada, los socorristas…yo no quiero acordarme…estuve en el hospital de Lérida, allí les tiraba piedra a los enfermeros, me hacían dar soberbia y les tiraba con todo, me llevaron para Ibagué y luego para acá, para el Líbano”.

En la época en que todos empezamos a verla por las calles del pueblo, lastimosamente ya se encontraba enferma. Según lo investigado, fue víctima de muchos atropellos por parte de la gente, fue violada y ultrajada por los desadaptados sociales, vivió años de infierno: (…) “Nadie me ayudaba yo solita conseguía la comida y el techo. Una vez fui a pedirle ayuda a un alcalde y me mandó a trabajar y le eché la madre, se la redoblé por desgraciado… los gamines me molestaban, me decían: “Vea el nevado que mató a su mamá” …  yo les tiraba con esa ira a matarlos…les echaba la madre…una vez cogí una gamina de esas y le di contra la pared y la estaba ahorcando, otros me la quitaron…”.  Empecé a cantar y la gente me daba moneditas, ahora gracias a Dios nuestro señor Jesucristo, estoy curada, él me sanó. Ya no me molestan”.

 

Tiempos mejores

Su vida cambió cuando conoció a Libardo Ávila, oriundo de San Fernando, pero quien vivió mucho tiempo en Santa Teresa, allí trabajaba en las fincas, menciona la de los Pinzón y también la del doctor Millán. Cuando era un niño, vivió la violencia en el campo: (…) “yo estaba pequeño en San Fernando cuando pasó la “Godorria” y dijo mi mamá que se llamaba Betzave: ¡Ay mis niños!, “no tranquila que a ustedes no les vamos a hacer nada, cuando al momentico tan. ¡Tan! ¡Tan!, mataron a uno en la plaza y después de los tiros ellos nos decían “vénganse que ya” “Vénganse que ya” y nosotros todos asustados metidos entre un cajón temblando de miedo… y no nos hicieron nada, pero eso quemaron casas; a los liberales los cogían y los encerraban en las casas y amarraban las puertas con alambres y les metían candela…”. 

Dice que tuvo una mujer con la que concibió tres hijos: dos eran mellizas que se le murieron al nacer, en el Centro de salud de Santa Teresa y un hijo al que llamó Duván y que él mismo atendió el parto, para que no le pasara lo mismo que a sus dos hijas, con este vivió mucho tiempo hasta que se hizo adulto y luego no volvió a saber de él.

Cuando Libardo se vino para el Líbano, trabajaba vendiendo líchigo en la galería, allí conoció a Socorro. Por esa época su visión no se había malogrado; esta triste pérdida la relata como producto de un “maleficio” ya que, según él, vive rodeado de ladrones que siempre han querido hacerle daño. De eso hace como cuatro años. 

Llevan buen tiempo viviendo juntos, ella dice que se casaron en la iglesia del Líbano, que el padre “Eliodoro” ofició la ceremonia. Que ella iba de blanco “Como una virgen” y que Libardo (…) “lindo vestía de negro, con corbata”: (…) “Yo antes vivía con un tal “Roberto” y eso me aporriaba; el pedía limosna y no me daba ni comida y yo pedía también…menos mal, se murió esa mugrera y entonces yo le dije a Libardo: vivamos los dos que esa porquería me tenía azotada y así empezamos viviendo en el 1° de mayo”.

Le pregunto: “¿Usted quiere a Libardo, Socorrito?  (…) “Yo lo adoro, me muero por él, me trata bien… una vez en la casa del hoyo, una loquita lo abrazó y yo que me reventaba, me provocaba matarla, pero pensé: ¡ella es loca y es pecado aprovecharse…Ah…es que yo lo adoro!”

 

El día a día

Actualmente Socorrito vive feliz con su adorado Libardo; su nueva casa ha sido un alivio y una recompensa a una vida llena de dolor, humillación, incomprensión, miseria y soledad.

Los dos viven agradecidos con los guardianes de la cárcel y especialmente con la Fundación de la dragoneante Claudia, ellos los cuidan mucho y hace poco les celebraron la navidad. Se les puede ver sentados en el portal de la vivienda dedicados a escuchar la Veterana, a charlar y a hacerse compañía; de vez en cuando pelean con los vecinos que los provocan, pero nada de gravedad. Tienen el subsidio de la tercera edad que el gobierno les otorga y a pesar del fuerte dolor que siente Socorro en sus rodillas, sube casi arrodillada el atajo que la separa de la calle principal del pueblo y sale a cantar y a pedir limosna, mientras Libardo se queda en la casa cuidándola para que los ladrones no se entren y se les lleven las dos sillas o al gato.

En la despedida, Socorro, excusándose por el mal estado de su garganta, se dispuso a regalarme una de sus tangos preferidos: “Tomo y obligo” de Carlos Gardel; inmediatamente descubrí que ella misma es un tango… que su alma hace mucho tiempo al igual que su garganta, fue desgarrada para siempre, por la iracunda furia de un Nevado.  Gracias a estas dos presencias imprescindibles por insuflar mi espíritu con el aroma eterno de la ternura.

 

Frase:

“Yo antes vivía con un tal “Roberto” y eso me aporriaba; ...menos mal, se murió esa mugrera”.

 

Frase:

“Toda la familia me la quitó la avalancha y por eso quedé enferma de la mente”.

Credito
Lucía Esperanza Sánchez Arango.

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