El cáncer de seno

El agua nos provee de vida, pero también se encrespa y nos ahoga, a veces con la complicidad de la Tierra y lo hace cuando se quebranta el principio sagrado que alguna vez cántara el poeta Paul Eluard “el agua es como una piel que nadie puede herir” (citado por nuestro vecino Libardo Vargas Celemín)

Todo parece indicar que la sensación que produce este diagnostico con  proximidad a la muerte… no respeta edades, ni familias,  ni clases sociales, ni sexos…  por ello usaremos el símbolo metafórico para referirnos  a la  cuenca del Combeima y sentirla como en un diagnostico reciente… en el sentido “que de eso no se salva nadie”… frente a esas afirmaciones podemos claudicar: irnos para otra parte o quedarnos y aceptarles la declaración de guerra…

A la cuenca del Combeima le han diagnosticado un cáncer de seno… en ella se produce toda el agua que mantiene viva a la población de Ibagué  y alrededores y sobrevivimos por el agua milagrosa del rio… en su cuenca, con mucho amor, se fabrica tanta agua que hasta alcanza para producir miles de toneladas de arroz, de vacas, de mucha comida y muchas toneladas de vida de gente amable y contenta.  


Como existen las posibilidades de curar el cáncer de seno, vamos a intentarlo con mucha berraquera: de los individuos, de las familias, en la distancia, de los menores, de los recuerdos… será algo así como un renacer con la identidad  tolimense…


El bosque dueño de la  Cuenca del Rio Combeima sobrevive arrancando con sus raíces el agua del suelo y el subsuelo… la asciende para alimentar y formar tejidos, flores y frutos en proceso de transporte que termina por convertirla en agua gaseosa… esa qué a veces se transforma en neblina que se convertirá en agua líquida para reintegrar a la tierra como escorrentía e infiltración cerrando un ciclo milagroso que tiene como función generar y mantener la vida en el planeta.


Parte de ese gran ciclo alimenta nuestros acueductos para convertirse en el agua nuestra de todos los días… ello quiere decir que la vegetación es la creadora del milagro que sostiene a Ibagué y los habitantes de la cuenca, los verdaderos responsables del agua de los acueductos… del agua nuestra.


Es por ello que nuestro compromiso con los  productores de agua de la cuenca, va mas allá de las sanaciones… tenemos que financiar la siembra de árboles, el cuidado de los bosques y la producción de agua en la cuenca  hidrográfica del Rio Combeima.


Invocación al agua
Por: William Ospina
Fragmento del texto leído en Medellín en el Diálogo Interamericano del Agua.
El agua es infinitas cosas para la humanidad. No está sólo llena de propiedades físicas y químicas, de virtudes nutritivas y terapéuticas, de valores higiénicos y económicos; está cargada de memoria y de lenguaje, de leyendas y de mitologías, de símbolos y metáforas que nos ayudan tanto a vivir como su capacidad de saciar la sed y de lavar el mundo.

El agua, como todas las cosas, y un poco más que todas las cosas, no puede agotarse en una fórmula química, ni en un tratado de hidrología o de hidráulica, ni puede considerarse meramente un recurso natural, ni un servicio público, ni una materia prima, ni una reserva económica.


El agua es todo eso y mucho más, y de la conservación de esa pluralidad de formas y estados, de significados y símbolos, de mitos y leyendas, de ceremonias y ritos, depende no sólo su propia integridad sino la integridad de nuestra vida y de nuestra imaginación, la salud de nuestras comunidades y la salud de la civilización.


Todavía por encima de las ceremonias de bautizo de cristianos y de judíos, de los ritos del agua de musulmanes y de hinduistas, de los rituales nocturnos de Varanasi, junto al río, cuando sube el incienso y se honra el alcanfor y se venera el sándalo y el agua es celebrada entre humaredas y fuegos al soplo fascinante de los mantras antiguos; más allá de los versos de Whitman a la hierba que crece donde hay tierra y hay agua, y al aire común que baña el planeta; más allá de todo lo que la cultura y sus memorias puedan decir sobre ella, hay algo más secreto y más poderoso en juego, y es lo que el agua significa en nuestro corazón para cada uno de nosotros.


Porque en resumen es eso: esa gota de luz, esa perla de sudor, esa saliva íntima, esa lágrima extrema que condensa nuestras emociones profundas, el esfuerzo, el deleite, el afecto más hondo, lo que le da a esta sustancia que casi no nos atrevemos a llamar simplemente sustancia, a este elemento que casi ni siquiera osamos llamar elemento, su poder misterioso y sagrado.


La convicción de que, llenando toda nuestra sustancia humana, porque nuestro cuerpo es casi todo agua, siendo en gran medida nosotros mismos, el agua conserva siempre sin embargo algo inaccesible e incomprensible. “De las sustancias químicas la más estudiada, la menos entendida”, ha dicho John Emsley. Una lluvia benéfica, un río que no cesa, un mar lleno de memoria, una suerte de destello sobrenatural, que nos hace rozar por instantes el secreto de la inmortalidad, y sentir una música eterna.


Entonces ya no queremos limitarnos a pensar, a teorizar o a describir; sentimos la necesidad de cantar, y más aún, con todo su sentido pagano de celebración y de fiesta, se diría que sentimos como Hölderlin la necesidad de rezar, de alzar una oración a lo que se oculta en la transparencia, a lo que se retiene en la prodigalidad.


Una oración a ese misterio benéfico que fecunda los surcos y despliega las plantas, que baña las heridas y purifica los cuerpos, que arrulla en la noche los pensamientos y los sueños, que corre lleno de nutrientes y de fuerzas vitales por nuestras venas, y que ojalá alcance siempre para todos el tesoro de un vaso de frescura y de vida a la hora de la sed y a la hora de la agonía.

Credito
EL NUEVO DÍA

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