La indignación del planeta

Desde mis primeras penetraciones al territorio árido del Desierto de La Tatacoa rezo una oración que es algo así como un pedir perdón: El Río Magdalena NO separa al Huila del Tolima: los hermana en una premonición ecológica, como un destino que los une, en un deseo del orden cósmico.

Me he acercado 166 veces, al mal llamado “desierto de la Tatacoa”, he penetrado por todas sus trochas, siempre bien acompañado, renovando sorpresas, elaborando promesas y soñando soluciones… - el más reciente-  con los campesinos de Chaparral con quienes dialogamos, votamos corriente, acerca de un posible territorio libre…

Es que en nuestra genética nativa, los antepasados, mucho antes de la devastación española, nos habían entregado el espacio, desde los orígenes del Tolima - Huila, con el sello de las cordilleras… con ecología del bosque seco tropical, fauna abundante y genes con afanes de libertad. Esos espacios desde Neiva hasta Honda, tenían  identidad  indígena  propia.


Suelos en  colores  amarillos y rojos:
Un solitario monumento cubierto muy pobremente con un cactus, plantas espinosas y rusticas gramíneas,  almacena los recuerdos de tiempos pasados, de erosiones en todo un ecosistema que arranca desde la cordillera oriental, que se degrada, soporta quemas y sobrepastoreos que superan al gran río y se proyectan hasta la otra cordillera.

Los Indígenas doches, nos dejaron petroglifos, aún no traducidos, con registros de su historia, su nomadismo autentico, su sabiduría vegetal… heredado por las comunidades y transmitidos de generación en generación. El patrimonio cultural se apoyaba en migraciones según la abundancia de productos de la naturaleza,  fieles al clima, a la subienda…


Es una gran extensión heredada  de espacios hídricos, de libertades indígenas, de apropiaciones españolas… y que conserva en su sucesión mensajes de aquello que no estaba programado en los paisajes tropicales.


La identidad para con la naturaleza generaba antes que destrucción,  adoración, migraciones coincidencia con las abundancias, hasta cuando llegaron los ganaderos, haciendas, vacas, marranos… que con todas las mañas árabes, se importaron a los Llanos orientales en l836, con la pretensión de rehacer la cultura y técnicas abandonadas en su España y reiniciar con talas, quemas, pastoreos y sobrepastoreos,  pernadas en noche bodas a las nativas,  y compra de nanas negras… para seguir engordando sus aspiraciones europeas…


No existe ninguna duda… las pulsaciones ambientales nuestras nacen en el territorio árido de Tatacoa… si el Amazonas rige el equilibrio del trópico… la resistencia se centra en el hábitat de Rosalía… símbolo auténtico, allí en donde las arcillas rojas del terciario le rinden homenaje a una vida diferente… que vio pasar todas las formas climáticas.


El desierto nos agarró
Gonzalo Palomino Ortiz
Observatorio Ambiental de U.T.
Afirmábamos en Chaparral  (2 de Diciembre 2011)  que el Desierto de la Tatacoa… cuyo corazón está en Villa Vieja, Huila, crece  tan rápido, que ya encontramos indicadores hídricos y vegetales, claramente preocupantes, irreversibles.

Es lo que en lenguaje novedoso se llama  Huella Ecológica.
Y tal vez fue por ello, que yo, que tengo adicciones por las zonas desérticas,  acepté la invitación de Agustín  Angarita y sus campeones, para una charla  con  los amigos del Cañón de  Las Hermosas… Tenía muchas ganas de dialogar con los nativos para rescatar el valor de una planta llamada Peralejo, que también le dicen Chaparro, que en el pasado había prestado su nombre al pueblo, como aviso prematuro de la tendencia  de los ecosistemas a la desertización.

Es que el desierto  de la Tatacoa, nacido en el corazón del Valle del Río Magdalena,  había heredado todas las virtudes ecológicas hasta cuando  nos invadieron los españoles… quienes trajeron a nuestros grandes enemigos ambientales:  la  tala, la quema, los potreros, la ganadería y el desafecto.


Allí comenzó la regresión ecológica
Ese viernes, cuando comenzó el diálogo,  el  salón estaba lleno de campesinos de nacimiento, con cara de receptivos  y nos atrevimos a plantear la frase sagrada: “El desierto de la Tatacoa está invadiendo a Chaparral…”

Y entre todos comenzamos a rescatar indicadores para confirmarlo y por supuesto, que el primer indicador fue el árbol llamado Chaparro, que por su proceso  de sucesión  indica vulnerabilidades y tendencias…” es que cuando los potreros se van llenando de estos árboles nos están diciendo que las lluvias pueden disminuir” afirmó un líder campesino…


Y lentamente fuimos rescatando indicadores de malas prácticas y síntomas  posibles de la desertización a consecuencia  del abuso con que golpeamos a nuestro ecosistemas… y que ya tiene el bonito nombre de huella ecológica, que se refiere a un vulgar abuso que hacemos de la naturaleza y que debemos cambiar si queremos que la Tierra resista.


Territorio Libre de Regresión
Nuestro diálogo pretendía discutir la posibilidad de crear un territorio, muy especial en Chaparral, diseñado con amor, para neutralizar el avance del Desierto, que sea sustentable, en donde el consumo no sea superior a la disponibilidad de los recursos.  

Si tenemos una biocapacidad de cuatro hectáreas por persona, algo así como el doble de la capacidad mundial, podemos  recoger las experiencias campesinas, el potencial ecológico y diseñar un manejo original  para no repetir la historia de la degradación  de los ecosistemas en el Desierto de la Tatacoa, con sello ganadero, prácticas de agricultura química, desperdicio  del agua, turismo insulso, penetración petrolera, afanes auríferos,  cultivos exóticos, sin  valoración humana…

Podemos y debemos diseñar una estrategia de sustentabilidad  identificada con la ecología, con  Gaia, y especialmente con  los seres humanos y comprometer al  planeta, al Estado, la región,  las Universidades y a todas las tendencias políticas, con la creación de un Territorio sin Deuda Ecológica con el corazón en Chaparral, para evadir el camino seguro  hacia el colapso, ese que arruina  la  capacidad de las regiones para regenerar la vida.

Credito
EL NUEVO DÍA

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