Hasta la semana pasada todo parecía indicar que la agenda política entre Estados Unidos y América Latina en 2015 estaría marcada por la noticia del deshielo de las relaciones con Cuba. Incluso el presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien fiel a la herencia de Hugo Chávez fustigaba en cada discurso el imperialismo gringo, saludó la “valentía política” de Barack Obama y lo felicitó por su decisión de dejar de insistir con “llevar a Cuba al colapso”. Sin embargo, en los últimos días cualquier atisbo de simpatía de Caracas a la política exterior de Washington se desvaneció por completo.
Tras conocer las sanciones de Washington contra siete funcionarios del Estado venezolano por estar involucrados en presuntas violaciones a los derechos humanos, Maduro dijo que se trataba del paso “más agresivo, injusto y nefasto” contra su país e, irónicamente, las describió como “condecoración” a la revolución bolivariana.
Incluso nombró ministro del Interior y de Justicia al general Gustavo González López, uno de los señalados, y llamó a cerrar filas ante esta nueva “agresión del Imperio”. Entre los sancionados, la única civil es la fiscal Katherine Harringhton, quien lleva casos tan sensibles como los de la diputada María Corina Machado y el alcalde Antonio Ledezma, a quienes el Gobierno acusa de conspirar en su contra.
Estados Unidos suele sancionar a funcionarios de otros países. Como dijo a Semana el jurista venezolano José Ignacio Hernández, esa declaratoria se ha aplicado en el pasado contra otros países -entre ellos Colombia- sin que eso haya implicado vientos de guerra.
Carl Meacham, director del Programa de las Américas del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS por sus siglas en inglés), agregó a esta revista que “de hecho, Estados Unidos tiene declaradas 30 emergencias, la gran mayoría motivadas por otros países. Y desde que se posesionó en 2009, Obama ha decretado una decena de medidas de ese tipo contra países como Rusia, Sudán del Sur, Libia, Yemen y Somalia”.
Pero en Caracas, donde el Gobierno afronta una grave crisis económica, política y social, desde hace meses está agitando con fuerza la bandera del antiimperialismo como un factor de distracción. Y aunque Estados Unidos busca enviar un mensaje a Maduro según el cual en medio de un clima cada vez más represivo la conducta de sus funcionarios tiene consecuencias, las palabras de Obama pueden terminar por ser contraproducentes y favorecer el cierre de filas contra los “‘yankees’” y en defensa del chavismo, al menos en el corto plazo. Ese efecto paradójicamente podría deteriorar aún más la precaria situación de derechos humanos en Venezuela. Peter Schechter, director del Centro Adrienne Arsht para América Latina de The Atlantic Council, dijo al respecto a Semana que “la firmeza es importante, pero no a costillas de fortalecer a un autócrata. Aunque las sanciones están dirigidas contra algunos individuos, a la postre resultan siendo una herramienta para Maduro. Y en ese contexto, Estados Unidos deberá reaccionar con cautela hacia la inevitable ola de represión antidemocrática que seguirá”.
Al día siguiente de conocidas las sanciones, Maduro solicitó a la Asamblea Nacional una nueva Ley Habilitante, que incluiría decretos especiales dictados por el presidente para combatir la “amenaza”. El jueves convocó a marchas antiimperialistas, anunció que el sábado participaría en un ejercicio militar conjunto con Rusia y arremetió contra el opositor Leopoldo López, a quien tildó de “asesino reincidente” y lo acusó directamente de haber propiciado las sanciones de los gringos por ser el “agente principal que tienen en Venezuela para desestabilizar”.
El presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, fue incluso más lejos y dijo que Estados Unidos pretendía atacar militarmente a Venezuela. El Gobierno lanzó a mediados de la semana la campaña #ObamaYankeeGoHome, que alcanzó a ser trending topic mundial en Twitter. “Tanto el contenido como el ‘timing’ de la decisión del Gobierno de Obama son inconvenientes, pues esas sanciones serán utilizadas como una gran muestra de intervencionismo de Estados Unidos”, dijo Schechter.
Una cuestión regional
En América Latina, la declaratoria de “amenaza” fue interpretada como “un chiste” por el presidente de Ecuador, Rafael Correa. Otros gobiernos aliados como Cuba, Bolivia y Argentina se solidarizaron con Venezuela y rechazaron lo que consideran una postura injerencista. Hasta el secretario de la OEA, José Miguel Insulza, consideró “dura” la decisión de Estados Unidos. El jueves 19, la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, tendrá una audiencia ante el organismo.
“Cuando Estados Unidos muestra los dientes, obliga a los países a tomar un bando u otro”, dice el analista político venezolano Dimitris Pantoulas, y añade que esto influirá en la postura de otros países que admitían matices frente a la relación con Venezuela, llevándolos a tomar partido y a realinearse a favor o en contra de Caracas. Pues aunque los intereses -y los tratados comerciales- pesan con el país del norte, el sentimiento antiinjerencista y las relaciones políticas, especialmente de la izquierda, pueden tener un peso significativo. Por eso la Unasur sería la instancia llamada a mediar en esta tensión. Y aunque en los próximos días está prevista una reunión de los cancilleres de esa entidad para abordar el caso de Venezuela, hay gran escepticismo sobre lo que ese organismo presidido por el expresidente Ernesto Samper pueda lograr. Al mismo tiempo, también hay preocupación por los efectos que las nuevas sanciones de Washington hacia Caracas puedan tener en los procesos en curso en el resto del continente.
En particular, la decisión de Obama podría tener consecuencias inesperadas y negativas en el reciente deshielo de las relaciones con Cuba, cuyo Gobierno manifestó su “apoyo incondicional” a Caracas en una declaración publicada en el diario oficialista Granma, que a su vez incluye una misiva de Fidel Castro saludando el “brillante y valiente discurso frente a los brutales planes del gobierno de Estados Unidos”. Una reacción que no augura lo mejor para el reencuentro entre Cuba y Estados Unidos en la próxima Cumbre de las Américas, que se celebrará en Panamá a principios de abril, y que se suponía marcaría el comienzo de una nueva era en las relaciones hemisféricas.
Todo lo anterior era, sin embargo, previsible, y un político experimentado como Obama sin duda consideró en su análisis los coletazos que las sanciones hacia Caracas tendrían en el continente. Entonces, ¿por qué lo hizo? Una respuesta consiste en que, además de querer castigar a un régimen que ha utilizado las mazmorras como herramienta política y que ha autorizado a sus Fuerzas Armadas a disparar contra sus manifestantes, la Casa Blanca estaría aprovechando la coyuntura para mejorar sus relaciones políticas dentro de Estados Unidos.
Como dijo a Semana Michael Shifter, presidente del centro de estudios Diálogo Interamericano, “en el caso de Venezuela la administración ha respondido en cierta forma a la presión del Congreso, dominado por el opositor Partido Republicano, que creía necesario adoptar una línea más dura hacia Caracas”. Y en un contexto de tensión extrema, en el que el Senado se ha metido de lleno a torpedear todos los proyectos de política exterior de la Casa Blanca, el endurecimiento del tono hacia Venezuela le serviría a Obama para conciliar los ánimos respecto a temas clave como la cuestión nuclear con Irán.
Sin embargo, las sanciones contra una economía de rodillas y, sobre todo, la retórica beligerante empleada para justificarlas han reforzado los argumentos de quienes ven a Estados Unidos como el matón hemisférico, que manipula los hechos para justificar intervenciones militares. Y lo cierto es que con aliados que violan sistemática y abiertamente los derechos humanos -como Arabia Saudita- y con asuntos pendientes como las torturas infligidas a sus prisioneros en Oriente Medio y Guantánamo, la estatura moral de Estados Unidos difícilmente alcanza para dar lecciones al resto del mundo.
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