El beso del caimán

Por muchos años, los colombianos vivimos con el recuerdo lejano de una hazaña de nuestro país en el Mundial de Chile 62, al punto de que nos alcanzó para reescribir el significado de las iniciales que llevaba el equipo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, en su camiseta y que en ruso tenía las iniciales CCCP.

Tras el marcador 4-4, histórico para nuestro país, CCCP pasó a significar “Con Colombia Casi Perdemos”. Acá lo recordamos.



Yo sé que mucha gente que vive cerca a un río, ciénaga o pantano perteneciente a la hidrografía colombiana se ha llevado un susto al toparse con caimanes dispuestos a devorar lo que se les ponga por delante. Pues bien, el miércoles pasado me encontré frente a frente y cara a cara con un caimán de 1,85 metros, saco y corbata, zapatos al tono del vestido y caminar lento, debido a una arritmia cardiaca. Era Efraín Sánchez Casimiro, el mejor arquero que ha ‘parido’ este país en todos los tiempos.

Oriundo de Barranquilla y con una trayectoria nacional e internacional digna de imitar, este glorioso reptil, que hasta canción tiene, estaba en los pasillos del Hotel Chicamocha, porque se iba a brindar un homenaje que resultó hermoso, ya que nuestro compañero José Luis Alarcón, junto con el canal regional, la Gobernación de Santander, la Alcaldía municipal y el empresario antioqueño José Fernando Roldán, quisieron celebrar, premiar y condecorar a los primeros colombianos que por allá, en un Mundial de Fútbol celebrado en Chile en 1962, hicieron la primera hazaña del deporte para nuestro país, y ahora están cumpliendo 50 años del hecho.

Detrás de ‘El Caimán’ venía ‘El Cañonero’, Toño Rada, con su boina color café. A su lado caminaba el autor del único gol olímpico en los mundiales, Marcos Coll, y al costado izquierdo, sin mostrar las manos pero sí su amplia sonrisa, estaba ‘El Loco’, Rolando Serrano. Con ellos, y al mismo ritmo lento y nervioso, sudoroso e impresionado por el cariño de la gente, llegaba el mejor jugador santandereano de todos los tiempos: Hermánn ‘Cuca’ Aceros.

Después de cortos discursos, condecoraciones, fotos y autógrafos, el restaurante La Carreta, de Roberto Pablo Janiot -quien también asistió a tan bello acto junto a Montaninni y ‘Papo’ Flórez, se convirtió en el sitio ideal donde compartir con estos “muchachos”, que ya superan la barrera de los 75 años, que tenían una descarga bestial de anécdotas y cosas que contar al calor de algunos whiskys, cómplices ideales para dejar que todos esos recuerdos aterrizaran sobre los manteles de tan preciosa estancia gaucha en el corazón de nuestra ciudad.
    
Una cancha de recuerdos
Narraron el debut ante los uruguayos, que eran bicampeones del mundo y que “molieron” a golpes a los colombianos, que fueron incapaces de quitar la bola (como dicen los costeños) a unos muchachos de una dotación técnica inigualable y de una ingenuidad digna de Tontoniel. “Los charrúas a punta de matonería y golpes nos ganaron 2 a 1”, recuerdan.

Más golpeados que la amiga del ‘Bolillo’ Gómez, los dirigidos por el maestro Adolfo Pedernera planificaron el próximo partido en el hotel El Morro, sede de la concentración de la Selección Colombia, que hacía parte de ese grupo en Arica, la hermosa y costera ciudad del norte chileno. El equipo por enfrentar, un domingo como hoy hace 50 años, era nada más ni nada menos que el campeón de Europa, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, comandado por la irascible araña negra Lev Yashin.
    
Una hazaña histórica
Ni bien arrancó el encuentro y ya estos ‘piernasblancas’ nos llevaban 3 a 0 y ‘El Caimán’ Sánchez, capitán de Colombia, parecía damnificado por el invierno en su portería, sacando agua de su casa después de tremendo aguacero. Pero en el minuto 31, el número 13 de Colombia, ‘Cuca’ Aceros, recibió un pase espectacular de Toño Rada y anidó la pelota en todo el ángulo de la telaraña que tenía por portería sur el legendario arquero moscovita. Ya a esa altura del partido, el público era hincha de Colombia y alentaba a los nuestros como si fueran sus hijos.

Empezando el segundo periodo, los europeos se alejaron con el 4 a 1. Entonces, apareció la magia y el chanfle de Marquitos Coll en un tiro de esquina que se coló entre zaguero, palo y los alaridos de Yashin, quien reclamaba airado a los camaradas por haber dejado pasar el balón ingenuamente por entre sus piernas.

Después vino el tercero con un remate seco y abajo del ‘Cañonero’ Rada y empató el juego Marino Klinger, en una jugada magistral, que enloqueció a la tribuna del Carlos Dittborn y al narrador colombiano Gabriel Muñoz López, quien cantaba los goles como si estuviera en el patio de su casa.

Después del juego. ‘la araña negra’ al único que le dio la mano fue a Marcos Coll, según me narró el mismo atacante barranquillero.

A raíz de esto apuró ‘El Caimán’ y soltó la cifra de un millón de personas que los salió a esperar al Aeropuerto de Techo y los acompañó en carro de bomberos hasta el hotel San Francisco, en el recibimiento más apoteósico a deportista colombiano alguno de que se tenga noticia en nuestro país.

Las anécdotas salieron a flote durante la comida en La Carreta y con un par de chorizos, yuca con chimichurri, chunchullas y mollejas, las carcajadas eran comandadas por el ‘Loco’ Rolando Serrano, quien contaba con malicia sus pilatunas y las de sus compañeros de selección en las concentraciones de Cali y Bogotá o en los aeropuertos.

Reían como chiquillos y lloraban de la misma manera. Lloramos nosotros, lo hizo Janiot, al escuchar y ver a estos hombres ejemplares de caminar lento, guayabera pegada a sus cuerpos y sonora risa cada vez que se acordaban de alguna “maldad” que hacían, sacando de quicio al maestro Pedernera.

La despedida
Manteles y servilletas fueron pocas para secar nuestras lágrimas con las que acompañamos esta mágica y calurosa noche, que quedará marcada para la posteridad por la cantidad de fotos que serán perpetuadas en el tiempo.  

‘Cuca’ contó que dio unos guayos viejos a Marcos Coll, para que este se los regalara a un carnicero en Cali y con eso comiera carne gratis durante un año, ya que el matarife los mostraba con orgullo a sus amigos y clientes. Él poseía los guayos con los que se convirtió el único gol olímpico en la historia de los mundiales. Los tenía colgados al lado de la costilla y las chatas que vendía.

Los meseros de La Carreta dejaron de atender las mesas vecinas, los de las mesas vecinas querían estar en la nuestra, hasta que llegó la hora de la despedida y fue el momento triste de la noche. Todos empezaron a marchar buscando la salida, después de abrazos y apretones de mano, cuando de repente ‘El Caimán’ se dio medio vuelta, casi me lastima con un latigazo de su cola, y en la misma mejilla en la cual reposan los besos de mi fallecido padre, me estampó un beso. Me agradecía las palabras que yo les solté durante el acto de conmemoración. Justo en ese momento me ahogué en brazos de todos y los apreté con tanta fuerza, como queriendo detenerlos para que jamás se fueran.

La cascada del restaurante se llevó nuestras últimas lágrimas y con sonrisas y la promesa de volvernos a ver nos despedimos.

‘Cuca’ se quedó con Janiot hablando del Bucaramanga del 60 y yo me fui a casa. Desde el momento en el que llegué al parqueadero, siento una extraña brisa que me acaricia el rostro y me quema hasta las medias; solo allí entendí que era la brisa de la cálida Arica, que por medio de un aliento mágico, me envió su regalo y recuerdo de la visita al sagrado estadio Carlos Dittborn, el mismo que en una hirviente mañana del 29 de enero de 2011, ubicado en la tribuna sur, me dio la visión clara del gol del más grande que ojos santandereanos hayan visto, el de Hermánn ‘Cuca’ Aceros.

Di gracias a Dios y me fui a dormir. A dormir con el beso de todos, pero sobre todo con el beso de ‘El Caimán’, pues parecía que era mi padre el que me lo había dado.   

Credito
FELIPE ANTONIO ZARRUK DIAZGRANADOS

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