Historias de madres asesinas

Desde 1922, en Inglaterra se aprobó el acto de infanticidio (enmendado en 1938) reconociendo que las mujeres son biológicamente vulnerables a enfermedades mentales en el momento del parto y el puerperio.

La ley hizo el infanticidio un crimen menos severo de lo que había sido previamente y ordenó sentencias basadas en el tratamiento siquiátrico de las mujeres halladas culpables. Para el siglo XX, 29 países habían ajustado la pena para infanticidio en reconocimiento a los cambios biológicos únicos que ocurren durante el embarazo y el parto.

“El infanticidio cometido por una madre es un fenómeno complejo sujeto tanto a comprensión como repulsión. La muerte de un niño inocente es motivo de pena, rabia y horror, es un crimen y demanda retribución: así es la ley. Sin embargo, la perpetradora de este acto es frecuentemente una víctima también, y ese reconocimiento convierte a la pena en una paradoja: por un lado está la imagen del infante indefenso, muerto a manos de la persona por la cual dependía para su supervivencia. Por otro lado, está la imagen de una madre mentalmente inestable y presa por un crimen impensable para la mayoría”, explica Jaime Ardila Salcedo, médico cirujano y especialista en epidemiología de la Universidad del Rosario.     

Los asesinatos de infantes, niños más grandes o adolescentes son quizá algunos de los casos que más pueden llegar a conmocionar a una comunidad. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué clase de madres pueden hacer esto?


El doctor Michael Stone, que ha estudiado el perfil siquiátrico de diversos asesinos, estableció un índice de maldad que va desde el uno hasta el 22, siendo este último el número dado a los peores criminales.


Este medio de comunicación presenta tres casos que conmocionaron al mundo y que podrían identificar varias situaciones y perfiles de madres asesinas. Una de estas madres alcanzó el número 22 en el índice de maldad de Stone.

Credito
BELKYS P. ESTEBAN

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