Impresoras 3D bajan su precio

Se perfilan como un enemigo potencial de los fabricantes de toda clase de herramientas y dispositivos, y el público no se ha interesado por ellas en forma masiva, aunque su situación actual se parece a la de los computadores personales antes de que su popularidad se disparara. Pero tienen un factor a su favor: cada vez cuestan menos.

Aunque no son tan económicas como los teléfonos inteligentes o los computadores personales, las impresoras 3D cuestan ahora una fracción de lo que costaban hace unos años. Pero aun así encontrar una es extremadamente raro. Igual que los computadores y que el Internet en su infancia, las primeras impresoras 3D están relegadas a algunas empresas y entidades académicas. Pero podrían convertirse en máquinas mucho más populares durante los próximos años.

Una máquina amenazadora
Las impresoras 3D aún no han disparado la siguiente gran revolución de la tecnología moderna, y es posible que nunca lo consigan. Primero tendrían que superar todos los problemas técnicos de sus antecesoras que trabajan en dos dimensiones, y luego las complicaciones que surgirían al usar materiales diferentes, para ‘imprimir’ estructuras pesadas y potencialmente delicadas, que van desde un pocillo hasta una herramienta de cirugía.

Pero desde ya tienen enemigos mortales.


Michael Weinberg, abogado del grupo Public Knowledge de Wa­shington D.C., advierte que incluso ahora que está en su infancia esta tecnología podría verse atacada por fabricantes de toda clase de productos, que casi con seguridad verán en estas máquinas a un enemigo peligroso.


Réplicas de copias
Los fabricantes quizá tengan razón; para producir un objeto físico, una impresora 3D debe primero recibir un ‘archivo’ de un computador: un modelo CAD que además tenga instrucciones sobre cómo poner las capas de material para construirlo.

Y aunque algunos de estos modelos serían hechos por personas que quieren distribuirlos libremente, otros serían copiados de piezas protegidas por derechos de propiedad intelectual.


Por supuesto: no serían copias perfectas, pues estarían sometidas a las limitaciones de las impresoras 3D, que usan materiales que van desde el plástico hasta las células vivas, pero no pueden replicar fácilmente materiales especiales.


Pero esto no atenúa el temor de que sean utilizadas para agilizar los procesos de copia ilegal de productos, además de reducir su costo y la mano de obra que hay que emplear actualmente para crear una imitación de un producto famoso.


¿Pueden popularizarse?
Pero, a pesar de las promesas y preocupaciones que inspiran, ¿podrían las impresoras 3D volverse tan populares como lo son hoy en día las corrientes? La respuesta a la pregunta, además de la solución a los problemas técnicos, depende de un factor determinante: el precio.

Y este ha disminuido dramáticamente durante los últimos años. Si antes un modelo industrial costaba entre 100 mil y un millón de dólares, ahora es posible conseguir una impresora 3D de calidad similar, o superior en algunos aspectos, por 15 mil dólares.


Y ya existen unidades caseras que pueden adquirirse por alrededor de mil dólares, un costo inferior al de un computador de gama alta.


La decisión estará entonces en las manos de los consumidores, quienes tendrán que decidir si vale la pena cambiar su impresora actual por una más grande, ruidosa y probablemente más tendiente a dañarse, que consume plásticos, polímeros, metales líquidos y espumas en lugar de tinta, pero que promete poner en sus manos cualquier objeto que puedan imaginar o, mejor aun: descargar del Internet.


O esperar un par de décadas más y, mientras tanto, dejar ese engorroso proceso de producción a las fábricas y líneas de producción en masa.

Credito
JUAN MARTÍNEZ MARTÍNEZ

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