¿Debería Bogotá seguir siendo la capital de Colombia?

Si por razones económicas se viene hablando de la necesidad de la pronta modificación del valor de la unidad monetaria que de antaño viene sirviéndonos como medio de cambio suprimiéndole tres ceros a la derecha para evitar su efecto inercial sobre la inflación, porque no pensar además, en otro cambio de mayor utilidad e impacto económico.

Si por razones económicas se viene hablando de la necesidad de la pronta modificación del valor de la unidad monetaria que de antaño viene sirviéndonos como medio de cambio suprimiéndole tres ceros a la derecha para evitar su efecto inercial sobre la inflación, porque no pensar además, en otro cambio de mayor utilidad e impacto económico: el de la sustitución de la mediterránea capital de la República, sede principal de las Ramas del Poder Público y asiento de la mayor parte de la industria nacional, por otra u otras ciudades que le ofrezcan mejores condiciones, tanto al desarrollo empresarial exportador, como al desenvolvimiento político debido a su mayor cercanía espiritual con lo que se ha llamado “el país nacional”.

Porque Bogotá, con su irracional ubicación en el pleno centro geográfico de Colombia, distante de los principales puertos y sin vías de comunicación adecuadas y expeditas con éstos, con las gravísimas falencias de movilidad interna que presenta, la mala calidad de sus servicios públicos y su pésima administración, está condenada a dificultar de manera superlativa la actividad exportadora nacional al agregarle, al de por sí dificultoso comercio con otros países, elevados costos de producción, transporte y operación, que terminan por restarle competitividad a nuestros productos industriales en el mercado externo, al punto que hoy más del 70% de las exportaciones colombianas las conforman el petróleo, los minerales no procesados y los frutos del agro, incluido el café, o sea: “¡ nada que ver con valor agregado !. Todo por culpa de encontrarse radicada la industria en Bogotá !”.

Sin contar con el efecto perverso de su excesiva concentración poblacional y su desbordada urbanización, al haberse convertido en el centro de captación de los principales flujos migratorios que se vienen sucediendo en razón de la amplias opciones de trabajo que ofrece en contraste con la falta de oportunidades del resto de ciudades y pueblos del país, que invade sin pausa su suelo, inadvirtiendo además, que es el que mejores condiciones agrológicas ofrece en Colombia y que por lo tanto debería tener otro destino diferente, compatible con su calidad y capacidad productiva.  

Varios países han cambiado su capital por conveniencias de variada índole, tal como lo hizo el Brasil, que sustituyó en 1960 a la “cidade maravilhosa” por Brasilia a orillas de la amazonia para romper con la concentración excesiva de todo orden que venía presentándose en su zona suroeste amenazando el equilibrio regional, y acentuando a orillas del mar, -como es lógico-,  en Sao Paulo, el principal centro de producción.

En diversos momentos de la historia y por variadas razones, todas de índole política, Colombia ensayó otras ciudades como capital de la República, entre ellas varias del Tolima como San Sebastián de Mariquita que fungió como la primera de tales a consecuencia de la colonización llevada a cabo por los españoles. O Purificación que fue designada capital de la de la Nueva Granada por Decreto de 1831, bajo la presidencia de Domingo Caicedo y Santamaría, a la vez que Capital del Estado Soberano del Tolima, e incluso Ibagué, cuando aquí se reunió el Congreso de las provincias unidas de la Nueva Granada en 1854 para juzgar al presidente José María Obando.

No obstante hasta ahora se sigue sin adelantar un debate con la profundidad y seriedad debidas, sobre la conveniencia de continuar con Bogotá como capital de la República o de variar tal circunstancia, con miras a superar su impacto en nuestro atraso en el comercio orbital, la “macrocefalia” poblacional que la afecta y la urgencia de obtener la ambicionada desconcentración y el verdadero equilibrio regional que predica la carta constitucional de 1991 y demanda toda nación desarrollada en los tiempos que discurren.

Credito
MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME- DôME

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