¿Otra vez el transfuguismo?

Alfonso Gómez Méndez

A propósito de la intención del presidente de unificar las distintas fuerzas -no necesariamente partidos- que lo apoyaron en su campaña, y con miras a las elecciones del 2026, vuelve a surgir la idea de facilitar a los parlamentarios cambiarse de “partido”, huyéndole a las drásticas decisiones del Consejo de Estado que ya ha anulado elecciones de miembros del Congreso por considerar que simultáneamente militaron en dos o más organizaciones políticas.
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La intención es clara: se trata de tener un partido único del gobierno, como quiso serlo el “Partido Nacional” de Rafael Núñez -habiendo sido él un caso clásico de transfuguismo- en el siglo XIX o el partido del Frente Nacional en el siglo XX.

El fenómeno no es nuevo, pero se ha intensificado con la aparición después de la Constitución del 91, de “partidos” que no corresponden a ninguna realidad sociológica y política, sino que son meras entelequias jurídicas para expedir avales y obtener financiación del Estado.

Irónicamente, el país tuvo partidos de verdad cuando no existía tanta reglamentación constitucional. Los partidos Liberal y Conservador -para bien o para mal- marcaron mucho trecho de nuestra historia, sin que siquiera la Constitución se refiriera a su existencia. Solo el plebiscito de 1957, y para efectos de poder repartir el botín burocrático para poner fin a la violencia, se refirió expresamente a ellos. 

Tuvimos no solo bipartidismo -sin reglamentación- sino organizaciones con contenido político  como el Partido Comunista, la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria de Jorge Eliécer Gaitán; el Nuevo Liberalismo con Luis Carlos Galán; el Movimiento Revolucionario Liberal con López Michelsen; la UP, surgida de los acuerdos de la Uribe durante el gobierno Betancur y ahogada en sangre; y desde luego, la Alianza Nacional Popular del entonces ex dictador Gustavo Rojas que estuvo muy cerca de conquistar el poder en 1970. Ese 19 de abril, un sector de la Anapo consideró que había habido fraude electoral -aceptado muchos años después por quien en esa jornada había sido ministro de Gobierno- y por eso hace cincuenta años se creó un movimiento subversivo, el M19, con el lema: “con las armas, con el pueblo, con María Eugenia Rojas al poder”

Extrañamente, con la reglamentación -relacionada, aunque no exclusivamente con la Constitución del 91- comenzaron a surgir partidos asociados más a nombres o a coyunturas que a verdaderas realidades políticas. Un solo ejemplo ilustrativo: suele decirse que la Constitución del 91 fue producto del gran consenso nacional entre las fuerzas políticas. Basta decir, que dos de esas fuerzas, el M19 y Salvación Nacional, a los pocos años ya no existían como tales. Sobrevivió un poco más el Partido Liberal, a pesar de la inconstitucional revocatoria del Congreso por los constituyentes. ¿Cuál fue entonces la permanencia de las “fuerzas políticas” que impulsaron la nueva Constitución? 

Lo que vino después fue todo ese espectáculo circense: movimientos indígenas avalando a reconocidos caciques políticos; intercambio permanente  de camisetas que a diferencia de lo que ocurre en el futbol no se hace al final del partido como gesto de cortesía sino durante éste; setenta, cuarenta o treinta y cinco partidos, muchos de ellos surgidos de ultratumba; candidatos a gobernaciones o alcaldías apoyados por las más disímiles organizaciones que en el fondo no son políticas; nombres pintorescos para supuestos partidos; partidos sin ideología y sin militancia real, cascarones para dar avales por los cuales luego no responden y tantas otras anómalas aunque divertidas situaciones.

En el entretanto y por ese aparente purismo político ha habido decisiones injustas como anular por doble militancia la elección de una reconocida y honesta líder como Angela Robledo. Y otras, que no dejan de ser simpáticas, como la anulación de la elección de Roy Barreras por doble militancia cuando él como una expresión de su habilidad política, indudable ha tenido “multi-militancia.” Que injusticia.

Más que pensar en acabar con el transfuguismo -que no lo es de partido sino de slogans- lo que hay que hacer es enseriar la política y acabar con la hipocresía.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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