El país que no ama a sus mujeres

Una vez que la polvorosa bruma mediática se desvanezca por entre las grietas de la próxima indignación nacional de turno y que amaine el temporal provocado por la lengua desbocada de un dueño de restaurante cuyo estilo chabacano le ha sabido traicionar al aire, nos quedará el mismo problema de siempre, nuestro lastre eterno.

Más allá de la ceguera apabullante de las cámaras, los micrófonos y los reflectores que hoy cubren cual enjambre de abejas los linderos de Andrés Carne de Res, hay una realidad difícil de digerir que sigue palpable y de la cual muy pocos quieren hablar pues preferirían esconderla debajo del tapete, pero se percibe en los rincones de todas las ciudades: Colombia es un país que no ama a sus mujeres.

Independientemente de si se trata de una violación o no, cosa que determinará el juez en su momento, las palabras de Andrés Jaramillo son el lapsus linguae de un exponente aleatorio pero idóneo de la mentalidad anquilosada que todavía persiste, querámoslo o no, en un porcentaje nada despreciable de la población colombiana.

Los rezagos de machismo invisible que todavía persisten en nuestros días, herencia maldita de siglos que nuestros abuelos experimentaron y que incluso con impune colusión la ley ayudó a forjar, le han dado a la mujer los tintes de un problema, pues por alguna razón a ella se le termina encasillando en una doble calificación, como sucedió con este reciente episodio: Es la víctima y al mismo tiempo la causa del lío.

Y entonces nos despertamos en una Colombia inviable donde las mujeres ya no son para amarlas sino para andarles duro porque venimos programados con el inamovible de que sólo así se demuestra el amor verdadero y se le retiene para que no huya con nadie más, porque ellas son una propiedad inscrita a nuestro nombre y uno con sus cosas hace lo que se le dé la gana.

Y entonces nos despertamos en una Colombia inviable donde el silencio y el aguante le ganan la batalla interna a muchas flores desesperadas que optan por la resistencia impávida antes que por el reproche social de sus congéneres o la soledad que se imaginan que vendrá si abandonan al hombre que las maltrata, pero que dice amarles.

Colombia tristemente parece ser ese tipo país, donde los esposos violan a sus esposas por ser sus esposas, donde emborrachar a una niña en una fiesta para accederla es un acto de astucia y no un delito, donde cuando pasan las cosas que pasan son ellas las únicas culpables por incitarlo, por no cuidarse, por haber confiado quizás demasiado. Hasta dónde puede llegar una nación así, una nación donde ellas viven con miedo y donde ellos están a la caza del menor descuido.

Andrés Jaramillo no creó el problema ni las leyes lo solucionarán porque las raíces llegan hasta mayores honduras, esta cuestión la trae cada cual muy adentro. Si no miren cómo algunos de sus amigos tratan a sus novias o esposas y con dolor deberemos reconocer que en alguna parte nos salimos del camino.

Credito
FUAD GONZALO CHACÓN

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