Una idea niveladora

A finales de septiembre del año pasado se lanzó al mercado “Flores Tardías”, la más reciente novela de Mo Yan, autor chino ganador del Premio Nobel de Literatura 2012, y la primera que escribiera tras hacerse con el prestigioso galardón. Un acontecimiento narrativo de nulo eco en Colombia, pues mientras en cualquier librería de España este libro puede comprarse por €22,90 ($117.000, aprox.), en nuestro país hace falta importarlo desde Europa, lo que dispara su precio por encima de los $150.000. En una economía con una capacidad adquisitiva considerablemente menor a la española, situaciones como estas nos condenan irremediablemente al rezago cultural y científico.

La brecha asimétrica

Siempre es un placer volver a la librería Strand, aquel paraíso lector en la esquina de Broadway con la Calle 12 Este de Nueva York.

La tilde de la discordia

El año 2010 fue profundamente paradójico para el pueblo español pues, por un lado, alcanzó el culmen de su unión como nación con aquel gol de Iniesta que les dio la Copa del Mundo en Sudáfrica y borró de un pelotazo sus centenarias divisiones separatistas, pero, por el otro, será recordado para siempre como el año en que la Real Academia Española abrió un abismo insalvable entre dos sectores de la sociedad con su veredicto sobre la tilde diacrítica. Un foco de polarización cultural como no se había visto desde el eterno cisma entre quienes prefieren la tortilla de patata con cebolla y los que no (yo soy de los primeros).

Disrupción literaria en acción

Hace ya casi una década, durante un viaje mochilero por la Costa Este de los Estados Unidos, tuve la osadía de colarme sin invitación en el despacho del profesor Duncan Kennedy en la Universidad de Harvard, una de las cabezas más visibles de los aclamados Critical Legal Studies. Esta revolucionaria escuela de pensamiento jurídico que surgió en las facultades norteamericanas hacia los años 70 sacudió los cimientos de la filosofía del derecho, hasta entonces de una estricta rigidez interpretativa y una clara influencia europea, propugnando una visión mucho más realista y menos romántica sobre la idealizada imparcialidad de la justicia. Una polémica propuesta ideológica que se resumía en que, esencialmente, daba igual lo que estuviera escrito en la Ley, pues en últimas los jueces terminarían fallando guiados por lo que hubiesen comido en el desayuno.

¿Alguien quiere pensar en Mahfuz?

Casi cuatro décadas antes de que en 2021 el profesor Abdulrazak Gurnah ganara el Nobel de Literatura, y le recordara así al mundo que en África también podían gestarse grandes historias dignas de la inmortalidad universal, un pionero descendiente de faraones se alzaba con aquel mismo galardón en los cuarteles generales de la Academia Sueca en Estocolmo, consolidando a las, por entonces exóticas, letras emergentes del Sáhara. Toda una revolución cultural que abriría la senda para las voces que vendrían después, incluyendo la del propio Gurnah. Ese hombre fue Naguib Mahfuz y hoy, tristemente, su legado se nos va entre los dedos, como las arenas de su Cairo natal.

El despertar del Juez Hércules

En su revolucionario libro de 1986, “El Imperio de la Ley”, Ronald Dworkin, el inmortal profesor de derecho de la Universidad de Nueva York, presentó ante el mundo a su memorable Juez Hércules, un idealizado personaje ficticio creado como estándar aspiracional de la judicatura norteamericana.

Yincana macondiana

Debí comprarla el día que la vi por primera vez. Lo sé, 15 años después todavía me atormenta el fantasma de la oportunidad perdida. Estaba en lo más alto de la estantería, camuflada entre las sombras del olvido, en el sótano de aquella librería junto a los juzgados. Precintada e incólume desde inicios del milenio, la obra periodística completa de García Márquez, en la elegantísima edición blanco con verde y estuche de lujo de Mondadori, me hacía ojitos desde lo alto de su torre pidiéndome trepar para rescatarla. Un amor imposible, pues nos separaba el insondable abismo de mi precaria economía de estudiante provinciano. Volví muchas veces solo para admirarla, hasta que un día ya no estaba allí y entendí que el hueco que su ausencia dejó en la pared sería la tumba donde enterraría mis ilusiones.

La nueva ola

En los últimos días está circulando con frenetismo por el ciberespacio un gráfico con el mapa del trabajo soñado de cada país según el volumen de búsquedas de éstos en Google, esto de acuerdo con un estudio empírico realizado por una empresa británica de giros de dinero. Aunque la verdadera noticia no es que mientras en Sudán, Chad o Mauritania todos quieren ser empresarios y en Níger, Costa de Marfil o la República Democrática del Congo la mayoría se decante por la abogacía, la posición número uno en Colombia la ocupe el oficio de influencer (un inquietante resultado que merece un análisis autónomo sobre nuestras aspiraciones como sociedad), sino la profesión que se ubica en el segundo lugar del ranking global: escritor.

La era de lo efímero

Mientras usted lee estas palabras, muy lejos, a 13.000 kilómetros de donde posan la vista sus ojos, en medio del árido desierto de Catar, avanza lentamente el desmonte paulatino del icónico Estadio 974.

Bitácora de un hit

La locura colectiva de aquel día ya se venía fraguando desde bien temprano. Solo con encender la televisión en el noticiero matutino de Antena 3, y a tan solo unos pocos minutos de comenzar a preparar el desayuno, era posible intuir el efecto rompedor de las olas colosales de aquel tsunami musical que asaltaba las costas españolas por sorpresa entrada la madrugada. En un país con una frenética actualidad altamente cambiante y múltiples frentes de discusión constantemente abiertos como lo es España, que la nueva Sesión Vol. 53 de Shakira con Bizarrap constituyera un hecho de tal notoriedad como para abrir los titulares de todos los telediarios, cuando ni siquiera el sol se había levantado en Madrid, era una hazaña, cuanto menos, digna de ser reseñada.