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Mientras que en este suramericano de vacunación perdemos por goleada con Brasil, Chile y Argentina que suman casi 9 millones de dosis aplicadas, con Perú que ya recibió un millón e inclusive con Venezuela que tiene 100 mil, celebramos como la victoria de una copa mundo la llegada de un pequeño lote con el cual apenas superamos a Bolivia y a Ecuador en dosis recibidas y a Uruguay y Paraguay, que hasta ahora no tienen ninguna. Por no mencionar a la Concacaf que se acerca a 60 millones de dosis aplicadas, con Estados Unidos a la cabeza y su 16% de la población vacunada.
La exagerada celebración de la pírrica victoria, que incluyó una buena publicidad de la compañía transportadora, se enturbia aún más al analizar la posición de otros países que han tomado la iniciativa de tener parte activa en la producción de la vacuna, en unión con la empresa privada. Brasil, por ejemplo, a través de la Fundación Fiocruza y del Instituto Butantan ya está haciendo millones de vacunas de la china Sinovac y de AstraZéneca. En Argentina se está produciendo el principio activo de AstraZéneca en los laboratorios de Hugo Sigman y han unido esfuerzos con México para surtir a América latina de 250 millones de dosis que serán posibles gracias al apoyo económico de la Fundación Carlos Slim, quien aporta el dinero sin recibir ganancia alguna para hacerla accesible a los países más pobres. Recordemos que el multimillonario Slim donó 50 millones de dólares al comienzo de la pandemia, para atender a la población vulnerable y acondicionó además 45 mil metros para pacientes covid, entre otras importantes ayudas.
Así que celebrar exageradamente la llegada de pocas vacunas, no tomar la iniciativa de hacerlas o no colaborar con su producción, ni la de las jeringas y el simple suero que las diluye, que también es importado, es apenas coherente con quienes poco apoyan la ciencia, promueven leyes para atacar la producción nacional de medicamentos genéricos y se apresuraron a garantizarle ganancias a los banqueros con la emergencia económica. Unos banqueros multimillonarios, dueños del país y de la prensa, que prefieren echar a sus columnistas críticos o amenazarlos, como hemos visto en Semana o en el rifirrafe con Margarita Rosa de Francisco, antes que sacar de sus arcas un peso para vacunar a nadie.
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