El preso 466

Así se identificó a Nelson Mandela durante sus 27 años de prisión por haber emprendido la causa de la libertad en Sudáfrica; una nación signada por dos factores muy apremiantes:

La primacía del poder en manos de la minoría de blancos que se sentían herederos de los poderes británicos y el racismo traducido en la política del apartheid, en donde los blancos estaban asistidos por todos los derechos que a los negros se les negaban, incluido el de pertenecer a las esferas del poder.

La figura de Mandela fue surgiendo como un símbolo de la lucha y cuando se tornó en una amenaza para el régimen imperante fue encarcelado, cautiverio que se extendió por casi tres décadas, pero en los cuales su personalidad se enriqueció de manera admirable, pues además de cursar estudios a distancia e introducirse en profundas lecturas, supo esperar paciente el momento, cuando la comunidad internacional ejerció toda clase de presiones para que esta víctima recuperara sus derechos.

La clave de su lucha, inspirada en Gandhi, fue la No Violencia. Sabía que podría llegar a ser incomprendido por muchos y hasta ser tachado de ingenuo y cobarde, pero fue firme en sus convicciones, hasta que alcanzó la libertad sin haber sido nunca declarado culpable.

Fue proclamado candidato presidencial, y en vez de exhibir un discurso rencoroso y vengativo, propuso la reunificación de la nación a través de todas sus razas, de todos sus credos y de todas las tendencias ideológicas, y fue elegido Presidente para un periodo de cinco años, en el que supo gobernar con los más altos y nobles ideales hasta convertirse en una atracción mundial, que en todos los rincones del planeta no dejaban de admirar.

Produjo una verdadera revolución sin haber disparado un arma, sin haber pisado los causes del agravio, sin pensar en represalias, y siempre convocando a la unidad nacional, libre de pasiones, de resentimientos, de amarguras, de odios.

Y lo logró, y su figura se convirtió en un símbolo del planeta, que los jurados del premio Nobel supieron premiar con el reconocimiento a la paz en 1993.

Tuve la oportunidad de oírlo en una ocasión en Madrid, cuando en una de sus visitas se le interrogaba sobre el papel de la ETA y su vocación terrorista; su respuesta fue sabia, ponderada y contundente: “Un muerto, es ya demasiado”.

Ese líder mundial llega a los 94 años de edad, en medio de merecimientos a los que la vida le concede todavía la gracia de percibirlos. De su ejemplo, todavía nos queda mucho que aprender.

Credito
COLPRENSA

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