La protesta agresiva

Eduardo Durán

El derecho a la protesta ha sido una de las conquistas mas importantes en los Estados modernos, que se ha ido consolidando a medida que la democracia se ha afianzado.
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Muchos siglos tuvieron que pasar para que los regímenes imperantes en los sistemas de gobierno, entendieran que la voz del pueblo es importante oírla y que muchas veces ayuda a modificar conceptos erráticos o a corregir injusticias persistentes; también a ilustrar sobre alternativas que no ha sido posible tener en cuenta cuando se trata de orientar o dirigir el Estado.

Lamentablemente en nuestro medio, los niveles de educación no han dado la altura para entender la esencia de esa figura, elevada en nuestro medio a Derecho Constitucional, y consagrada en al artículo 37 que dice “Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente”. Obsérvese los dos elementos de la parte final.

Lo que con bastante frecuencia observamos es que detrás de las manifestaciones de protesta, muchas veces se esconden fuerzas extrañas, totalmente ajenas a la vida estudiantil, y en medio de las manifestaciones, que en principio parecen ser espontáneas, aparecen elementos altamente perturbadores, como la presencia de encapuchados, la explosión de artefactos explosivos y de elementos contundentes, que terminan haciendo grave daño a las instalaciones de las universidades y a todo su entorno, que incluye destrucción de estaciones de transporte público, quema de buses y hasta heridos graves, como en el caso reciente en donde quedaron con heridas  profundas dos policías.

Este panorama es cada vez mas frecuente, y quienes hemos sido profesores en universidades públicas, observamos con dolor que estas cosas se presenten y que se pretenda involucrar dentro del mundo netamente académico estos elementos altamente perturbadores, que llegan a la criminalidad, y que contradicen totalmente el sentido de lo que es la educación y la academia, en donde los centros de formación, terminan tan dolorosamente atropellados.     

La situación está llegando a tales extremos, que visitar una universidad, después de un episodio de disturbios, es como encontrarse frente a un campo de batalla, con un panorama desolador y de ruina, que queda a la vista de todos los jóvenes que acuden con la pretensión de recibir formación para la vida y la ciencia.

Esto indica que es necesario hacer algo urgente; los directivos de las universidades tienen que abrir un espacio de diálogo con el gobierno y las fuerzas del orden, para saber qué es lo que hay que hacer en estos casos. Con el supuesto de que a los centros de educación no puede entrar la policía, no se puede expedir una patente para que la criminalidad se apodere de ellos. 

 

EDUARDO DURÁN

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