El año del piojo

Guillermo Hinestrosa

En Colombia se ha acuñado esta expresión para designar un año malo: tiempos de enfermedad, muerte o ruina. Quizá el vocablo provenga de la Historia Sagrada que los mayores estudiamos en la primaria.
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Los piojos fueron una de las plagas de Egipto, más exactamente, la tercera. “Entonces Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón: Extiende tu vara y golpea el polvo de la tierra, para que se vuelva piojos por todo el país de Egipto”. Y así ocurrió. Alguna vez los incómodos bichitos visitaron a mi familia. Mis hermanas se sometieron pacientemente a enjuagues con aceite de romero, vinagre o mayonesa, procedimientos poco efectivos, que en mi caso Marinita resolvió rapándome la cabeza.

Pero las referencias de plagas y epidemias eran fugaces. Es cierto que padecimos dengue, gripe aviar, gripe porcina, sika y chicunguña, pero su impacto en la vida cotidiana fue menor. La más reciente peste, de efecto global, fue la “gripe española”, hace cien años. La considerábamos una hipótesis lejana e irrepetible en estos tiempos. De improviso, una plaga extiende su sombra de muerte sobre la humanidad del Siglo XXI. Como en los tiempos bíblicos, escoge caprichosamente a sus víctimas. Se ensaña en los varones (67% de los fallecidos), los mayores de sesenta años y los negros, aunque su mayor morbilidad no es debida a causas genéticas sino socioeconómicas. Agreguemos que la expansión del covid 19 fue el macabro telón de la campaña por la presidencia de los Estados Unidos. Como faraón, Trump se negó a tomarla en serio y hoy los muertos gringos duplican los de la India, nueve veces menos rica y cuatro veces más poblada. Solo diciembre producirá más bajas que la guerra de Vietnam. El rebrote mata en USA 3.000 personas diariamente. Wall Street está de fiesta porque la FDA les avalará a las farmacéuticas sus proyectos de vacuna sin cumplir los protocolos usuales. Mientras se prepara la logística para la gigantesca campaña de vacunación, costa a costa, una encuesta del Centro de Investigación de Asuntos Públicos de The Associated Press-NORC, mostró que solo la mitad de los norteamericanos estarían dispuestos a ponérsela.  

Quizá haya influido el prejuicio que asoció la triple viral (rubéola, sarampión y paperas) con autismo en los niños, originado en 1998 por una publicación de The Lancet, posteriormente desvirtuada y su autor expulsado de la comunidad científica británica, pero el daño quedó hecho. La situación expresa también el absurdo abordamiento político del tema: seis de cada diez demócratas dijeron que se vacunarán, en comparación con cuatro de cada diez republicanos. Recordemos que se requiere un 70% de población vacunada para la inmunidad colectiva.

Allá porque no quieren y acá porque no podemos. La proyección más optimista para Colombia promete que en 2021 se vacunarían 20 millones. De obtener menos, la prioridad será para 800.000 trabajadores de la salud, 6.8 millones mayores de 60 años y quizá 6.4 millones con comorbilidades. Esto sumaría 14 millones: 28% de nuestra población, muy por debajo del umbral para conseguir la inmunidad de rebaño. 

Quizá esta pandemia nos permita comprender la profunda simbología del relato bíblico: Las calamidades no vienen solas. Cuando son colectivas exigen una respuesta razonada, oportuna y compasiva de los gobernantes. Ante huracanes, tornados, masacres y crímenes racistas, la respuesta de Trump (como la de Faraón) fue ignorar los hechos, exacerbar prejuicios, el odio racial y actuar de mala fe. No obstante, lo votaron 74 millones de “cristianos devotos”. Con sobrada razón dijo Einstein: “Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y yo no estoy seguro del universo”.

GUILLERMO HINESTROSA

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