El regreso del tribalismo

Guillermo Pérez Flórez

Uno de los avances de la modernidad fue la superación del tribalismo como forma de organización social, debido a la consolidación de los burgos y las ciudades, que son espacios de confluencia de grupos de diferentes orígenes y culturas.
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Las teorías contractualistas de Rousseau, Locke y Hobbes, entre otros, dieron forma a los conceptos de sociedad y de ciudadano, como cuerpo y sujeto políticos. Se dejó atrás el modelo de los clanes, basados en vínculos de parentesco. Híper simplificando, diré que ahí nació la política.

Este apretado introito viene a lo siguiente. En los últimos tiempos, se está dando una acelerada involución, la noción de sociedad se viene diluyendo, regresando a un modelo de organización tribal, con caciques y caciquitos, y no con instituciones, como es propio de las democracias modernas y profundas. Es una situación inmensamente perjudicial. Los desafíos contemporáneos son más complejos que en el pasado y demandan mayores capacidades analíticas, técnicas y omnicomprensivas. 

Cuando un líder gobierna, pensando en beneficiar solo a los de su tribu, lo único que consigue es aumentar los problemas del conjunto societario. En esta época de la información y del conocimiento, de automatización e inteligencia artificial, la educación, orientada a la ciencia, a la investigación, a la innovación y al desarrollo, resulta absolutamente determinante. De allí el rezago de los llamados pueblos en vías de desarrollo, esa es la razón por la cual la brecha con las grandes potencias, en cambio de cerrarse, se abre más cada día.

Por ejemplo. El tribalismo en lugar de propiciar el fortalecimiento del tejido empresarial, para beneficio de todos (para lo cual es necesaria mano de obra bien calificada, en los más diversos campos), se limita a otorgar órdenes de prestación de servicios (OPS) de tres, cuatro o seis meses. 

Eso pasa en Ibagué (por supuesto, no exclusivamente), que lleva décadas en el top tres de desempleo a escala nacional. De hecho, los informes del Dane sobre esto ya no son noticia. En el municipio hay más de 3.500 personas laborando con OPS, que forzosamente tributan monetaria y electoralmente a sus ‘benefactores’, para que les mantengan sus contratos. Se crea así un círculo vicioso, de nunca acabar. 

Politiquería, mala educación y desempleo pertenecen a un mismo mundo, y se retroalimentan. El tribalismo es bueno para ganar elecciones, pero no resuelve ninguno de los problemas de la ciudad, los agrava. Este es solo un fotograma de una película de atraso que se repite en múltiples ámbitos. Una sana gobernanza de las ciudades, de las regiones o del país, demanda superar la visión tribal y dinástica de la política.

El tribalismo anula la democracia y el estado social de derecho; erosiona los conceptos de sociedad y bien común; viola los derechos humanos y condena los pueblos al atraso, al subdesarrollo y a la pobreza; genera corrupción y violencia. 

Solo basta mirar el panorama social de las ciudades para comprobarlo. Ver cómo crece la informalidad, cómo se ha esfumado el concepto del espacio público, pues a los desempleados, para sobrevivir, no les queda más recurso que lanzarse a las plazas, parques, calles y avenidas a vender algo o a hacer malabares en los semáforos. Derrotar el caciquismo en las elecciones de octubre es una necesidad, y es posible, pero se requiere que los ciudadanos libres, para utilizar la gramática del presidente Petro, se organicen y salgan a dar la pelea para enderezar el rumbo. Abandonar la zona de confort.

 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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