Un colombiano en Miami

Hermógenes Nagles

Los vuelos humanitarios son las únicas salidas y llegadas de pasajeros internacionales programados por los gobiernos, mas no por aerolíneas privadas, que se vienen dando en distintos aeropuertos del mundo durante este largo periodo de cuarentena de la Covid-19.
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En la ruta Estados Unidos-Colombia, los viajes se programan uno o dos veces por mes, o por semana, según el número de presos, deportados, lagartos o gente del común que estaba de vacaciones, de tratamiento médico o en negocios en ciudades de los Estados Unidos y que ahora sin plata y sin trabajo necesitan regresar urgentemente a sus hogares.
Los viajeros que salen de Colombia son, por lo general, ciudadanos americanos, ciudadanos con visa de residencia permanente en el Estado de la Unión Americana o, simples migrantes o no inmigrantes que se quedaron olímpicamente varados en determinada ciudad, antes de que llegara la orden de cierre de fronteras decretado por el Gobierno nacional para evitar la propagación del peligroso virus que hoy, por cierto, ya contabiliza millones de persona infestadas en el planeta.
Hasta aquí todo bien, todo sano, todo encomiable. Lo malo del paseo es que el presidente Trump y su sistema migratorio de los Estados Unidos está utilizando ese papayazo de los vuelos humanitarios para deportar colombianos a diestra y siniestra mientras el gobierno del presidente Duque se hace el de la vista gorda, argumentado que está muy ocupado organizando donaciones de mercados para los más pobres o compareciendo día y noche a las tediosas sesiones del tele-congreso de la República.
Mis fuentes de alta fidelidad me cuentan que en estos tres meses de coronavirus centenares de familias que residían ilegalmente en los Estados Unidos vienen siendo víctimas de este atropello. Retorno a la brava, se le viene también aplicando, a personas que tienen asuntos pendientes con la justicia americana o a las cuales nunca se les dio un asilo político o una residencia.  
En el primer vuelo que salió de Miami, a mediados de marzo, viajó un piquete de 60 connacionales que estaban presos en cárceles de los Estados Unidos y que, por cosas del Coronavirus, recobraron su libertad en esos precisos días.
Lo grave del asunto es que la mayor parte de estos viajeros eran portadores silenciosos de Covid-19 y como tan pronto abandonaron el aeropuerto El Dorado los obligaron a confinarse 14 días en un cambuche, acondicionado como hostal en la localidad de Tabio, estos infortunados angelitos recién liberados se rumbearon la cuarentena sin parar y contagiaron en sus noches de alicoramiento y orgía a los demás excursionistas. Hubo Coronavirus para los mismos guardias y sargentos que los vigilaban.  Al final se detectó un masivo contagio. Hoy las familias de esos guardias, de los reclusos y reclusas y hasta transeúntes instauran demandas contra el Estado y piden millonarias indemnizaciones por haber permitido el aquelarre y fiesta a la colombiana con Coronavirus a bordo.
Aparte de ese negro episodio, lo malo de los vuelos humanitarios USA- Colombia es que cada día, en sucesivos viajes siguen llegando verdaderos pesos pesados del paramilitarismo, del Clan de los Úsuga y de angelitos de las mafias del cartel del norte del valle. Para la muestra basta con mencionar el regreso, casi en el anonimato, de Salvatore Mancuso quien ahora, portando modesto maletín de viajero refugiado, luce arrepentido y se declara libre de cargos de conciencia así por sus manos haya pasado la tremebunda ejecución de miles de inocentes campesinos, mujeres y niños en aquellas horrendas masacres ocurridas en el nordeste antioqueño y en apartados lugares de la costa caribe colombiana de cuyos ribetes y pormenores no quisiéramos todos acordarnos. Sobre las masivas deportaciones de colombianos debería pedir una explicación diplomática el gobierno del presidente Duque al mismísimo Trump, por lo menos, antes de que su médico asesor, el epidemiólogo Anthony Fauci lo declare oficialmente loco, por obra y gracia del coronavirus. 

HERMÓGENES NAGLES

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