Un colombiano en Miami

Hermógenes Nagles

El día de la toma al Palacio de Justicia en Bogotá en 1985, no recuerdo si era un lunes o miércoles, yo me desempeñaba como jefe de prensa de la Gobernación de Cundinamarca, por lo que atendía colegas comunicadores y revisaba comunicados de prensa que se emitían minuto a minuto, al tiempo que coordinaba entrevistas para mi jefe el Gobernador, Manuel Guillermo Infante.
PUBLICIDAD

Mi oficina, ubicada en el Palacio de San Francisco, de la Avenida Jiménez, era un bello rincón arquitectónico, colateral a la inmensa edificación Republicana, dotada de infinitos salones recubiertos de rojas y pesadas alfombras, cortinajes, murales y gobelinos rematados con fina cristalería francesa, que iluminaba día y noche la penumbra de los espaciosos pasillos. Todo el Palacio, desde el primer piso hasta la azotea, era un museo de fantasía y ensoñación que evocaba el espléndido pasado de la Santa Fe virreinal. A las 10 de la mañana el centro de Bogotá fue estremecido por el estruendo de un cañonazo. En ese instante hablaba telefónicamente con Luz Denis Eslava, la hacendosa madre de mis tres pequeñas hijas. Estefanía, mi cuarta princesa, aún no había nacido.

“Dios mío, están bombardeando el Palacio de Justicia”, me gritó desesperada.

“¿Qué hago? Hasta luego, me voy a meter debajo del escritorio”. ¡Dios mío, Dios mío!

“Luz Denis, Luz Denis”, le llame insistente. No hubo respuesta. Su teléfono quedó muerto. Mi esposa trabajaba en el museo postal del Ministerio de Comunicaciones, en la calle Trece con carreras Séptima y Octava, a pocos pasos de ese Palacio que comenzaba a arder en llamas, donde perecieron calcinados centenares de personas, entre estas, magistrados, abogados litigantes, empleados, guardias y servidumbre. Fue el magnicidio más sonado en el mundo, perpetrado por un grupo terrorista: el M19.

Las imágenes que vi la semana pasada en televisión, de las representantes y senadoras del congreso de los Estados Unidos, metiendo sus cabezas entre sus escritorios y pupitres ante la incursión violenta de una monumental pandilla de rufianes, me rememoró la escena de Luz Denis, en el año 85, vivida en el primer instante en que ocurría la toma del Palacio de Justicia. Me parecía increíble estar repitiéndose ese mismo momento de horror perpetrado por un grupo de asalto comandado por el mismísimo presidente de la gran nación americana. A diferencia de lo que pasó en Bogotá, los autores de esta salvaje y brutal agresión a una institución parlamentaria no fueron terroristas ni resentidos sociales ni políticos en ciernes como lo eran en Colombia los miembros del grupo M19, aquí los protagonistas eran simples rufianes y malandrines reclutados como hordas humanas en condados y ciudades. Y el principal cerebro de la demencial acción era el flamante presidente de los Estados Unidos.

Y como todo en la vida americana se vuelve película al estilo Hollywood, ahora lo que sigue es una apasionante telenovela o segundo juicio político contra el presidente Trump. La verdad ante tanto desatino y locura demencial del presidente elefantón, los Estados Unidos estaban en mora de cobrar con sangre y no con perdón a este loco, tramposo y maniático hombre de negocios que se ganó en el 2016 el baloto de la presidencia de los Estados Unidos, tanta embarrada cometida, empezando por su fantástica promesa de construir un muro para impedir por siempre la llegada de inmigrantes al oeste americano a todo lo largo de la frontera más larga del mundo. Muro que fue solo un sueño que le costó millones de dólares al pueblo gringo, los cuales fueron a parar a los bolsillos de uno de sus socios del mundo de la construcción que hoy paga cárcel por un contrato incumplido.

Gracias a su torpeza, bulling y bestialidad Trump volvió a unir a republicanos y demócratas en un pacto nacional, poniendo fin a cuatro largos años de odio y polarización. Este epílogo a la novela del mundo salvaje de Trump lo vimos la noche del miércoles, cuando rasgándose las vestiduras unos y otros conmovidos ante la desazón de lo ocurrido prometieron no volver a incurrir en el desatino de creer en los antipolíticos que venden cuentos de sirenitas encantadas en estos tiempos de pandemia.

Por la gravedad de los hechos y las heridas causadas, parece que ahora sí la plutocracia americana le cobrara con cien mil latigazos los horrores del gobierno Trump, entre estos, las casi cuatrocientos mil víctimas que deja la pandemia del coronavirus y los graves daños morales y sociales infligidos a las miles de familias latinoamericanas desechas por las masivas deportaciones y la pendejadita de haber pisoteado la máxima dignidad de ser Presidente de los Estados Unidos de América, afrenta y bestialidad, no había cometido presidente alguno.

HERMÓGENES NAGLES

Comentarios