Ojo con el campo

Hugo Rincón González

En un artículo aparecido en El Espectador el pasado domingo se llamaba la atención acerca de la pobreza rural en la medida en que antes de la pandemia casi la mitad de los habitantes rurales eran pobres en términos de ingresos. Si esto pasaba antes de este problema de salud pública, la hipótesis que se plantea es que esta situación se agravará, por ello los productores y analistas de estos temas piden soluciones de largo plazo que generen ingresos y empleo para este sector.
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La pobreza monetaria que se mide en términos de ingresos según el Dane pasó de 46 a 47,5% entre 2018 y 2019 en las zonas rurales, una cifra preocupante si se tiene en cuenta que asciende más rápidamente que la urbana que pasó de 31,4 a 32,3% en el mismo periodo.

Inquieta esta situación porque según los expertos cuando hay dificultades y crisis en la zona rural, las personas que perciben el ingreso en el hogar salen a las ciudades a buscar oportunidades de generación de ingresos, pero por la circunstancia generada por el Covid-19, estos mercados también están en problemas. Todo esto nos lleva a esperar que la pobreza crezca aún más en 2020 en el sector rural.

Según informaciones del censo rural, en el departamento del Tolima un hogar campesino está constituido por tres personas, de ellos el 32% tienen como jefe de hogar a una mujer. El 25% de estos hogares son definidos en pobreza multidimensional y solamente el 35% tienen acceso a internet.

Cuando se les pregunta a esos campesinos por su nivel de satisfacción calificando del 1 al 10, ellos mencionan un puntaje de 8,3. Aún con las condiciones referidas se sienten satisfechos siendo campesinos y viviendo en la zona rural; sin embargo, con respecto a la satisfacción de los ingresos se dan una valoración de 6,3. Resumiendo, se podría afirmar que son felices, están mal pagos y tienen unas carencias evidentes en materia tecnológica.

Vemos entonces que las zonas rurales concentran la mayor parte de la pobreza puesto que acumulan un rezago importante en términos de estándares de vida con respecto a las zonas urbanas, aspecto que propicia la migración rural-urbana especialmente de los jóvenes. En este contexto los problemas de desarrollo de nuestra región no se resolverán mientras no se apliquen políticas públicas y metodologías eficientes en la erradicación de la pobreza y de la calidad de vida en los territorios rurales.

Ante esta circunstancia se vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de propiciar un desarrollo rural que sea inclusivo, que le apueste a una visión territorial diferente a otros modelos centrados en las personas u hogares, de esta manera se mejora la comprensión de los procesos sociales, económicos, políticos, ambientales y culturales.

Es tan relevante esta visión que en los acuerdos de paz suscritos entre el gobierno y la exguerrilla de las Farc, uno de los elementos fundamentales en el punto uno de la agenda referido al desarrollo rural integral son los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial Pdet. En estos se recogen las aspiraciones de las poblaciones, se define una visión y un plan de acción para la transformación integral de los territorios.

El capital social fortalecido y articulado será clave para promover el desarrollo rural inclusivo, combinado con el mejoramiento de las capacidades de gestión de las entidades territoriales locales. Mejores organizaciones de los pobladores rurales y mejores instituciones en los municipios serán claves para promover el desarrollo rural inclusivo que luche contra la pobreza en el campo y construya las condiciones de dignidad que se requieren.

Ahora que desde todas las orillas políticas nos advierten mencionando coloquialmente que ojo con el 2022, es bueno que desde esas mismas orillas entiendan que debemos expresar vehementemente: ojo con el campo. Ahí está la clave para consolidar la paz estable y duradera que tanto anhelamos.

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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