El gran Junior Candangas

Hugo Rincón González

La llegada al consultorio del veterinario causó revuelo y asombro. Lo que hacía notoria la visita de este paciente no era lo excelso de su pedigree, ni la belleza de su figura, sino lo avanzado de su edad. Era mi perro, un dóberman-pincher que va a cumplir 21 años de estar acompañando la vida de mi familia. Un miembro más de ella que ha estado presente en los momentos más importantes y que ha compartido con nosotros muchas experiencias cotidianas y no pocos viajes, en dónde se suele poner alerta para ser el primer convidado y nunca el ausente de una nueva aventura.
PUBLICIDAD

Cuando en el mes de febrero del año 2000 se lo compré a un campesino de una vereda de Ibagué por un valor muy simbólico, nunca me imaginé que nos fuera a acompañar durante tanto tiempo. Cabía en una mano y su fenotipo era una mixtura de canino con murciélago por sus enormes orejas que parecían alas. Temblaba de miedo cuando lo alcé delicadamente para no asustarlo. Su abdomen en su momento estaba lleno de pulgas puesto que su madre y hermanos vivían en unas condiciones sanitarias no muy deseables. El bautizo inicial hacía honor a un perro anterior que habíamos tenido de la raza pincher. Lo llamamos Junior y luego le pusimos el mote de Candangas. Unidos los dos, se pasó a conocer por todos como el infalible Junior Candangas. Un nombre que coloquialmente se podría entender como un perro candela. No sobra decir que al ser un perro de raza pequeña tiene las ínfulas de los grandes guerreros y peleadores que se enfrentan con los otros de su misma especie sin temor a que sean más grandes o que puedan desaparecerlo de un solo mordisco.

De su valentía temeraria dan cuenta sus agarres con otros canes. Alguna vez próximos a un evento social por el cumpleaños de una hija, nuestros planes cambiaron porque Junior Candangas llegó mal herido al sostener una pelea callejera en un momento en que salió de la casa como una exhalación. Venía botando sangre a borbotones por un mordisco aleve que un perro tres veces más grande que el le había propinado. La situación fue angustiosa, llegamos a temer lo peor pero resistió y se recuperó increíblemente. Junior Candangas goza como ninguno acompañándonos a cualquier parte. Alguna vez en el desierto de la Tatacoa con un sol reverberante y un calor infernal estuvo a punto de no regresar por haberse perdido, al salir de excursión en una zona de cactus que por supuesto ni nosotros conocíamos. Hubo angustia y temor al no encontrarlo a pesar de los angustiosos llamados que le hacíamos, hasta que por fin lo hallamos exhausto, sediento y fatigado debajo de unos pequeños arbustos. Volverlo a ver significó el júbilo máximo de todos quienes gritamos alegremente por seguirlo teniendo entre nosotros. Junior Candangas es como todo perro faldero un animal fiel y leal. Nos acompaña hasta el final en cualquier actividad. Se echa parsimoniosamente al lado de nosotros y no nos desampara nunca. Tiene una particularidad y es que se acerca a cualquier miembro de la familia y se empieza a sobar entre nuestras piernas como si fuera un gato. Es tan noble que incluso cuando visitamos a la abuela, es capaz de compartir cama con la gata de mi sobrina sin generar ningún tipo de conflicto violento. Produce sonrisa verlos casi abrazados y dormidos en una muestra de convivencia pacífica animal. Han pasado muchos años de compartir con Candangas y como la canción de Piero, “la edad se le vino encima”. Hoy nuestro fiel compañero tiene degeneración osteo-articular que le empieza a generar dificultades para caminar como en otras épocas; tiene cataratas en ambos ojos, un soplo cardiaco y una sordera que administra a voluntad. Para el veterinario que lo examinó todo es producto de su vejez, de su paso por esta vida en la cual siempre ha sido nuestra compañía. Ojalá el asombro que generó en el consultorio se pueda repetir muchas veces y que Junior Candangas nos siga acompañando hasta cuando Dios quiera.

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

Comentarios