No es un juego

Juan Carlos Aguiar

Visité Nueva York por primera vez hace más de 12 años. Descubrí esta gran metrópoli tomado de la mano de mi esposa Ana María Mejía, compañera incondicional, y desde entonces hicimos de la Gran Manzana la ciudad de nuestros sueños.
PUBLICIDAD

He regresado muchas veces, pero jamás serán suficientes. Allí, en la ciudad que nunca duerme, tengo grandes amigos e inmejorables recuerdos. Mi más reciente visita fue hace menos de un mes, luego del primero de marzo cuando el gobernador del Estado, Andrew Cuomo, anunció el primer caso de coronavirus en la ciudad. Precisamente fui a realizar un trabajo periodístico sobre cómo los medios masivos de transporte podrían ser uno de los más efectivos canales de propagación de una enfermedad que poco después fue declarada pandemia por la OMS.

Y el Metro de Nueva York, podría ser uno de ellos. Hoy siento que fue premonitorio. Aquellas calles que caminé, aquellos trenes que recorrí, aquellos rascacielos que admiré, ya no son lo mismo. Al instante de escribir esta columna el estado de Nueva York tenía confirmados más de 175 mil contagios y casi 8 mil muertos, solo en la ciudad 5.820 decesos.

Números dolorosos que superan con creces las cifras registradas por China, donde se originó el Covid-19, y que se acercan con pasos agigantados a las tragedias de Italia y España. Hoy, Nueva York está apagada, en Times Square ya nadie admira su brillo y la Estatua de la Libertad mira solitaria el que parecería ser el ocaso de una ciudad. Ojalá no sea para siempre.

En 2001 Nueva York le enseñó al mundo, luego de los atentados más sangrientos que se recuerden en Estados Unidos, que tiene la fortaleza necesaria para reponerse de las más fuertes adversidades. Así ha sido la humanidad a lo largo de su historia: resiliente.

Me duele Nueva York como me duele Colombia, pero de mi patria me preocupa que estamos muy lejos de estar al nivel de la capital del mundo. Si Manhattan y sus alrededores llegaron a niveles tan caóticos en esta crisis, tanto que se contempló la posibilidad de sepultar los cuerpos de las víctimas del coronavirus en fosas comunes en Central Park, paradójicamente el pulmón de esta gran ciudad, no me quiero ni imaginar qué podría suceder en Colombia o en cualquiera de nuestros países.

Aunque he leído mucho, en las últimas semanas, acerca de esta situación, hoy me declaro un total ignorante. No alcanzo a dimensionar lo que se podría venir, mucho menos a imaginar cómo reaccionaríamos y sufriríamos los colombianos en caso de tener un desastre humanitario como el que vive Nueva York.

Creo que nadie en nuestro país está en capacidad de hacerlo. No sé si la humanidad o el planeta, volverán a ser lo que fueron, pero hay algo que anhelo casi con desespero: volver a los besos y los abrazos, la estrategia más poderosa que tenemos los humanos para desarmar nuestros corazones y nuestros odios. Esos besos y esos abrazos hoy son un peligro para nuestras vidas, pero tenemos que recuperarlos.

Lo único que nos queda, comprobado por ahora, es el encierro y el aislamiento decretado por las autoridades en el mundo entero y que muchos han o hemos ignorado en diversas medidas, como si se tratara de un juego. No lo es, llegó la hora de cuidarnos los unos a los otros y de tendernos la mano solidaria para salir de esta pandemia. Seguro que unidos lo lograremos.

JUAN CARLOS AGUIAR

Comentarios