Asedio a la democracia

Juan Carlos Aguiar

La mañana de este sábado el presidente de Estados Unidos Donald Trump despertó bastante activo. Temprano enfiló su artillería y desde su cuenta de Twitter lanzó reclamos en la misma línea de las últimas semanas, desde que el sábado 7 de noviembre las proyecciones, de los más importantes y grandes medios de comunicación del país, dieron como ganador a la presidencia a su rival el demócrata Joe Biden. Escribió de fraude y engaño; acusó a los gobernadores de Georgia y Arizona, dos estados claves en el triunfo de Biden, de permitir que le robaran las elecciones; y, anunció el comienzo de su lucha.
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Esta reacción era de esperarse porque, desde que asumió las riendas del poder, el magnate inmobiliario demostró ser bastante predecible. Horas antes la Corte Suprema había dado otra estocada a sus intenciones de permanecer en la Casa Blanca. En la tarde del viernes la más alta instancia judicial del país desestimó una demanda bastante controversial, con la que el Fiscal General de Texas, con amplio apoyo de congresistas republicanos, buscaba invalidar los resultados en cuatro estados que fueron claves para que el ex vicepresidente de Barack Obama sea hoy el presidente electo.  

No es la primera, es la segunda vez que la Corte Suprema, compuesta por nueve jueces, seis de ellos conservadores, de los cuales tres fueron nominados por Trump, bloquea las bravuconadas de un hombre que, con su actuación, demuestra no estar a la altura de la dignidad presidencial y pone en entredicho la institucionalidad del país, la legitimidad del sistema electoral estadounidense y la confianza del pueblo en el mandatario recién elegido. No es de poca monta que, pasado casi mes y medio de las elecciones, el Jefe de Estado no haya reconocido su derrota. Sienta precedentes muy dañinos para las democracias del mundo moderno porque pone a Estados Unidos al nivel de las mal llamadas repúblicas bananeras. Es tan delicado que muchos expertos han calificado claramente el berrinche de Donald Trump como un intento de golpe de estado, algo inadmisible en una nación de tradiciones e impensable hasta hace muy poco tiempo.

Más allá de las dos decisiones de la Corte Suprema, hay más de cincuenta fallos de jueces de cortes federales en varios estados, en contra de igual número de demandas interpuestas por los áulicos de Trump.

Como si fuera poco lo vivido hasta el momento, en esta puja sin precedentes, todavía falta que los 538 delegados electorales se reúnan mañana 14 de enero, en sus respectivos estados, para ratificar lo decidido por el pueblo: nombrar a Joe Biden nuevo presidente de Estados Unidos. Pero allí podría no parar todo, hay quienes creen que la mayoría de los congresistas republicanos se abstendrá de reconocer la victoria del candidato demócrata hasta el próximo 6 de enero, día en que, en una votación conjunta de Cámara y Senado, se ratificará nominalmente la decisión del Colegio Electoral. Ese sería el último paso para que se acabe esta incertidumbre desatada por el capricho de un hombre que no supo perder y que seguramente pasará a la historia por haber puesto en peligro las tradiciones democráticas de un país, que son los pilares fundamentales sobre los que se cimienta gran parte del poderío estadounidense.

¿Cuánto daño se le ha hecho a la nación en estas últimas semanas? Solo la historia, con el paso frío y distante del tiempo, podrá responderlo.

Por ahora, solo resta esperar a que el nuevo presidente sea capaz de mantener el tono conciliador que ha mostrado en sus discursos post triunfo, para que logre unir a los estadounidenses y, paradójicamente, cumpla con el eslogan de campaña de Trump: “Hacer a Estados Unidos grande una vez más”. 

JUAN CARLOS AGUIAR

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