No arrancó

Juan Carlos Aguiar

El 16 de junio de 2018 me levanté con la ilusión de aportar un grano de arena a la democracia de Colombia. Era sábado y, en familia, acompañados de mi papá que estaba de visita, fuimos al Consulado de Colombia en Miami para ejercer nuestro derecho al voto. Todavía no abrían las urnas en Colombia para elegir al presidente que reemplazaría a Juan Manuel Santos, pero quienes vivimos en el exterior podíamos votar anticipadamente.
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Era la segunda vuelta. Aunque semanas atrás, Humberto de la Calle —candidato de mi preferencia— había perdido, sabía que tenía que decantarme por una de las opciones que quedaron: voto en blanco, Gustavo Petro o Iván Duque. Lo pensé, lo hablé con amigos, lo discutí con mi padre cuya opinión es valiosa, y al final me incliné hacia el señalado por Álvaro Uribe.  

Una decisión totalmente en contra de mi férrea defensa del proceso de paz que Santos adelantó con las Farc, pero es que siendo sincero me aterraba un triunfo de Gustavo Petro. Aunque al líder de la Colombia Humana lo conocí desde que era Representante a la Cámara y luego fue un gran Senador, su paso por la Alcaldía de Bogotá y su discurso polarizante y populista me llenan de miedos. Claro, el regreso del uribismo a la Casa de Nariño tampoco era la mejor opción. A quienes pensaban diferente les argumenté que Duque, al igual que Santos, se voltearía contra del dueño del Ubérrimo y gobernaría bajo sus propias convicciones. Tenía motivos para pensarlo. En 1998, cuando Iván Duque estudiaba leyes en la Universidad Sergio Arboleda y pertenecía a la Fundación Buen Gobierno de Juan Manuel Santos, lanzó fuertes críticas contra Álvaro Uribe. El joven universitario escribió que “Serpa es un hombre empeñado en la paz, y Uribe es identificado como un escudero de las Convivir, es decir, con una expresión clara de la extrema derecha”.  

Los ideales pacifistas de Duque se perdieron en el tiempo hasta ser presidente por el Centro Democrático, el partido político que pasará a la historia por buscar hacer trizas los acuerdos de paz. No entienden que en un planeta que quiere terminar conflictos históricos, esa posición no tiene justificación. Imaginé, ingenuamente, que si a Santos lo llamaron traidor, ese calificativo se quedaría corto con Duque. 

Al día siguiente, 17 de junio, Duque ganó la presidencia, y yo escribí que él tendría grandes retos como: demostrar que él sería el presidente y no Uribe; escuchar y atender a la otra Colombia, la que no lo apoyó; mantener la paz lograda hasta el momento; y, desmarcarse de las viejas mañas de muchos que lo apoyaron. Nada de esto fue posible. Al llamado sub-presidente le quedó grande desmarcarse de Uribe, hasta el punto en que Tomás y Jerónimo, hijos del exmandatario, le dictan línea de gobierno; ha ignorado a buena parte del país, como si se dividiera entre buenos y malos dependiendo de si lo apoyan o no; la idea de la paz se hunde bajo su mandato en medio de noticias diarias de masacres y asesinatos; la repartición de mermelada y cuotas burocráticas no paran; y la tal economía naranja no despega. 

Hoy, con más de dos años y medio en el poder y el país cada vez más a la deriva, sé que equivoqué mi voto y que Duque no estaba listo para gobernar. Extraño, porque para otras cosas si estaba preparado o al menos eso ha demostrado a los colombianos. Tenía talentos escondidos: cabecea balones, toca guitarra, maneja cuatrimoto, baila y canta, presenta televisión y hasta le lleva saludos de Uribe al Rey de España. Y con esto, se convirtió en el mejor jefe de campaña de Gustavo Petro.

JUAN CARLOS AGUIAR

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