El derecho a discernir

Juan Carlos Aguiar

En octubre de 2015, Ángela Viviana Gómez, quien era secretaria de Cultura de Ibagué, tuvo la osadía de preguntar “cuál ha sido el aporte que le ha dado Santiago Cruz a la ciudad, antes de entrar a criticar”. Santiago, uno de los artistas más prolíficos y exitosos de la capital musical, había declinado la invitación a presentarse en la inauguración de los Juegos Deportivos Nacionales, hasta el punto en que aseguró sentir “vergüenza infinita” ante el perverso manejo que tuvo la alcaldía con la organización del evento que, a la final, ni siquiera se realizó en Ibagué tras una larga cadena de escándalos de corrupción. Fue un total fracaso y Santiago Cruz tenía razón al sentar su voz de protesta.
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No es el único artista que, en redes sociales y muchos medios más, han expresado sus puntos de vista acerca de la realidad social, política o económica del mundo. No fue el primero y con seguridad no será el último. No solo en Colombia, sino en el planeta, lo hacen exponiéndose al escarnio público por expresar sus pensamientos, a los que tienen un sagrado derecho por ser ciudadanos de la humanidad. 

Muchos los enjuician porque con sus elevados perfiles son grandes generadores de opinión. Los acusan de meterse en lo que no les debe importar, e incluso los someten a un linchamiento mediático en busca de acallar opiniones que son válidas y respetables. 

A Miguel Bosé lo criticaron fuertemente por oponerse a la vacuna contra el Covid-19 y a Thalia por cuestionar el manejo que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dio a la pandemia; a Carlos Vives le enrostraron una foto con Álvaro Uribe y a Silvestre Dangond por cantar a dúo con Iván Duque; el proceso de paz con las Farc fue otro detonante, para bien o para mal, ya que sin importar la posición tomada había detractores y defensores, como le sucedió a Shakira que estaba a favor del Plebiscito por la Paz, o a Crisanto Vargas, conocido como Vargas Vil, quien estaba en contra. 

Nadie parece estar a salvo de este fenómeno social, ni mucho menos protegido por el muro invisible que da la fama, que no es otra cosa que el cariño y la admiración de los seguidores. 

En 2017, cuando Meryl Streep recibió el Globo de Oro honorífico, noveno en su carrera, cuestionó, sin mencionarlo, al presidente Donald Trump, por su política segregacionista y su egocentrismo, desatando la ira santa del hombre más poderoso del mundo quien la acusó de ser una “actriz sobrevalorada”. 

El caso más reciente, motivó de estas líneas, es el desatado por un mensaje de Juanes en su cuenta de Twitter, quien el pasado martes escribió: “Los cubanos del exilio lo llevan diciendo por años, ahora los cubanos de la isla lo están diciendo sin miedo, ¡LIBERTAD! Mensaje contundente para todos. El comunismo es una mierda. Ojo Colombia, ojo todos.” 

Y ardió Troya. Las respuestas en contra llegaron de todos los flancos sin recordar que el artista paisa no ha tenido pelos en la lengua para exigir un cambio. Les ha cantado a los soldados heridos en combate; les cantó a los poderosos cuando hubo vientos de guerra entre Colombia y Venezuela; y, hasta cantó, a todo pulmón, con la esperanza de que su voz de aliento llegara a los secuestrados en lo profundo de la selva. Sus críticos jamás escucharon su canción Sueños ni se enteraron de sus conciertos Fronteras en Paz.  

Lo que hay que recordar es que Juanes es artista, no socialista, comunista, fascista, uribista, santista, petrista, ni nada más terminado en “ista”. Ah, yo tampoco soy nada de eso, soy periodista. Y punto. 

 

JUAN CARLOS AGUIAR

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