PUBLICIDAD
Hace algunos años en su libro “Política para Amador”, Fernando Savater afirmaba que “los gobiernos actuales en las democracias están formados por representantes elegidos por los ciudadanos, que se ocupan de resolver los problemas prácticos de la administración de la comunidad de acuerdo con la voluntad expresa de la mayoría y son pagados por ello. Lo malo es que tales representantes muestran una evidente tendencia a olvidar que no son más que unos mandados - nuestros mandados”. En el ocaso del siglo XX y lo que llevamos del XXI, la situación se ha vuelto más aberrante y la cámara y el senado se han convertido en “cuevas de Rolando”, donde el sentido de la política ha perdido su norte y se degrada a pasos agigantados.
Con el discurso oficial de que las ideologías y las luchas de clase han desaparecido del contexto universal, se pretende lograr el unanimismo para seguir pelechando del erario, aumentar la corrupción y tratar de impedir nuevas formas de gobernar. Una mirada a vuelo de pájaro a las listas de candidatos nos muestra la presencia de delfines y clanes familiares, como si la representación fuera hereditaria; alianzas increíbles que hace unos pocos años parecían imposibles y hoy, con la obsesión del poder, se abrazan y justifican la claudicación de sus principios; gamonales y caudillos locales que afinan la maquinaria ilegal de la compra de votos y demás coerciones a los electores y un gobierno que interviene solapadamente con la descalificación de sus contradictores.
Los parlamentos están listos para ser recitados, la parafernalia también y los escenarios igualmente, allí los candidatos, con contadas y honrosas excepciones, se dedican a repetir como ventrílocuos el guion que les han dado sus jefes. Sin embargo, se espera que esto cambie, por eso debemos escoger a quienes tengan los merecimientos necesarios para ser nuestros verdaderos “mandados”.
Comentarios