“Postales de Ibagué”, homenaje poético de Nelson Romero Guzmán

libardo Vargas Celemin

El exitoso trasegar por la poesía trajo a Nelson Romero Guzmán a la ciudad de la música: “Los primeros días floté, /hasta que mi pie cayó/herido como un ala/ y esta ciudad me quiso”. Él también se enamoró de los espacios, paisajes, sentires y se dedicó a experimentar con las palabras para plasmar visiones que el mundo de su imaginación hacia brotar en sus versos. Habló de pintores, de insectos, objetos y estados de ánimo. Se liberó del coloquialismo y la versificación del medio, compartió sus anécdotas de niño y joven en Ataco o en la capital del país. Dialogó con los árboles, el río y las formas de subsistencia, pero siempre guardó la esperanza de retribuirle con un libro, los amores a esta ciudad que lo hizo su hijo.
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Ese libro acaba de aparecer en el Sello Editorial de la Universidad del Tolima. Son cuarenta y tres fotografías de Sergio Hernán Quintero y Ricardo Pérez que acompañan a los 37 poemas. Más que un pretexto de ilustración, hacen parte de la propuesta postmoderna de lograr una simbiosis entre la imagen física y la poética. La primera postal muestra la salida del Túnel de Gualanday y la entrada a esa aventura de recorrer la geografía ibaguereña, hasta concluir con la efigie pétrea de la cúspide del mirador, que cierra el periplo mítico de las voces poéticas.

En la contraportada del libro Nelson Romero Guzmán nos resume su arte poética: “Ibagué no es solo el trazado de un mapa y una arquitectura urbana que se va extendiendo hasta el pie de sus montañas, sino el albergue de afectos íntimos, historias personales y colectivas que conforman una red de emociones y oralidades”. El libro “Postales de Ibagué” nos habla de los seres que habitan estos espacios. Las voces del “Puente de la variante” no son los gemidos de quienes cayeron al abismo, son las reflexiones de quienes han pensado en lanzarse, de los que han caído accidentalmente o los que han fallado en el intento, es decir, son las historias de quienes han pensado en el suicidio, antes que la descripción del paisaje.” Calle caliente” no es una vía estrecha, es un universo del crimen y el delito. La “Avenida fantasma” es ahora un irónico recuerdo de la corrupción de siempre y el “Cañón del Combeima” una cantera mítica y legendaria.

Este libro, construido a partir de versos libres, prosa poética y experimentación vanguardista, es el mejor obsequio que ha podido recibir la ciudad. En estas postales se ven reflejados nuestros imaginarios, nuestras frustraciones permanentes, nuestros sueños, la abulia colectiva, pero también la sensación de que el poeta en su viaje ha captado nuestra idiosincrasia y nos ha pintado como somos. 

LIBARDO VARGAS CELEMÍN

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