¿Diálogos en ciernes?

Si fuera cierto que el Gobierno nacional y las guerrillas de las FARC se encuentran en tanteos serios y sinceros para comenzar la búsqueda de una solución política al ya casi cincuentenario conflicto social y armado que ha azotado al país, la sociedad en pleno debería mostrar su regocijo y apoyar tan noble propósito.


Han sido muchos los sufrimientos que el pueblo colombiano ha padecido por culpa de esa atroz combinación de diversas formas de violencia que desde siempre han ejercido en su contra las castas oligárquicas más reaccionarias, las mismas que hoy se empeñan en cubrir de estigmas una iniciativa de cuyo curso tienen sospechas y que, de ser cierta, a todos los demás debería alborozarnos.
 
Lo más curioso es que quien más estigmatiza hoy los presuntos diálogos es el mismo personaje que, estando en las postrimerías del primero de sus dos mandatos, anunció con bombo y platillos haber llevado a la guerrilla al principio de su fin, todo para justificar el cambio de un articulito de la Constitución que le garantizaría un nuevo período presidencial, durante el cual remataría su obra. Seis años después, esa guerrilla no solo no muestra ningún signo de decaimiento, sino que sigue hablando y dando de qué hablar, al tiempo que nuestro pueblo se sigue desangrando y sufriendo de desplazamientos, desapariciones y extremas privaciones.
 
El balance no da entonces para loas. Se requiere hacer de la sensatez la perpetua compañera de un proceso en el cual debe partirse del reconocimiento de la probada ineficacia militar y que no se oriente exclusivamente al silencio de los fusiles. Las guerrillas no estarían dispuestas a aceptar tal cosa después de tantos años de haber estado en lucha tras un programa que hoy conserva plena vigencia, así su conquista les haya resultado esquiva. Aceptarían, sí, una solución que les garantice algunas reivindicaciones contenidas en él (reforma agraria, por ejemplo), al igual que posibilidades para continuar su accionar político a través de mecanismos que vayan más allá de los actuales remedos de democracia.
 
Por eso se hace necesario desarrollar un gran movimiento que parta de la experiencia de organizaciones como Colombianas y Colombianos por la Paz, que ya tienen andado algún camino en ese propósito. Una de las tareas principales de tal movimiento debe ser la de contrarrestar las engañifas y escepticismos que urdan contra la paz quienes se lucran con el multimillonario negocio de la guerra y que con triquiñuelas y trapisondas pretenderán reeditar fracasos como los que produjeron en procesos que bien conocemos, como el de El Caguán, e impedir que la llamada sociedad civil se movilice para hacer realidad esta nueva esperanza.

Credito
RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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