El bogotazo

Manuel José Álvarez Didyme

Si bien Bogotá, como cabeza de un país centralizado y para entonces la ciudad más densamente poblada y la de mayor desarrollo urbano fue la que en mayor grado sufrió en términos de depredación, violencia y muerte, no es menos cierto que el resto de las ciudades, poblados y campos colombianos, –incluidos los del Tolima y su capital Ibagué-, tuvieron que padecer en mayor o menor grado, la injusta violencia desatada por la muerte del “líder” a manos de aviesos criminales con torvos propósitos, indudablemente políticos.
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Era la época del caudillismo de inflamado verbo e irresponsable actuar, en la que se convocaba al desconocimiento del orden establecido cuando este provenía de minorías que accedían al poder  aprovechando las intestinas divisiones del contrario o por fraudes que el rudimentario proceso electoral facilitaba llamado “chocorazo” en reminiscencia al generado en el Chocó que llevó al gobierno de turno a pedir que por favor no siguieran enviando votos de aquel departamento, pues ya habían desbordado las cifras creíbles de población en posibilidad de sufragar.

Por su parte quienes alcanzaban el gobierno, discriminaban, abusaban, maltrataban al contrario, y trataban de perpetuarse en el poder a cualquier precio.

Inmadurez política, falta de solidez institucional, desconocimiento de las reglas de juego de la democracia, ignorancia invencible generalizada o proclividad a la violencia o a la anarquía, cualquiera fuera la causa, lo cierto es que siempre había razones para el agravio, la calumnia, el aleve ataque al opuesto o el fraude, todo ornado con un ropaje retórico dirigido a inflamar las pasiones, cubierto por los colores banderizos de entonces: el rojo y el azul que dividían familias enteras, enfrentaban comunidades y fraccionaban la patria.

En ese absurdo contexto Jorge Eliécer Gaitán, que así se llamaba el líder asesinado un 9 de abril hace 75 años, había puesto su grano de arena al retornar de la Italia fascista en donde había visto y oído al Duce Benito Mussolini arengar las muchedumbres y encender las pasiones bajo la bandera rojo y negro, y al entrar al juego político, primero con un fracasado movimiento propio con bandera de aquellos mismos: colores rojo y negro que se llamó la Unir (Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria), y luego bajo el cobijo liberal en donde inició una campaña por la conquista del poder, que en últimas fue la que lo llevó a su violento asesinato.

Son 75 años en los cuales Colombia algo ha mutado pero no hacia mejores estadios de civilizado desenvolvimiento político, pues gobiernan hoy los que “por las malas” y con las armas han querido imponer su anacrónico credo; el fraude continúa a pesar del avance de la técnica electoral, y seguimos buscando razones para la división, la confrontación y el fraccionamiento, solo que ahora le hemos agregado al panorama la generalizada corrupción administrativa y el narcotráfico.

MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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