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Ese discurso mentiroso de “nos importan”, de quienes gobiernan hacia los jóvenes, realmente resulta ofensivo. Los políticos administran para los intereses personales de quienes financiaron sus campañas y para sus propósitos individuales. Eso es un hecho. El tema de la juventud siempre ha sido rentable políticamente, pues genera votos y sobre todo una falsa idea de renovación y cambio. Se puede ser joven y corrupto, así como conservador y retrógrado. Aunque eso no es un gran dilema. Realmente lo que resulta doloroso es ver cómo vuelven a ser los jóvenes los protagonistas de los titulares judiciales, de noticias manchadas de sangre y odio.
La sociedad indolente sigue ahí, intentando sobrevivir a la pandemia, pues en un país violento 20 muertos más son simplemente números. Con el mismo desdén que se lee esa frase, es como Colombia trata a sus jóvenes.
La realidad no puede ser otra que una desesperanzadora visión de no futuro. En realidad, esta columna tenía el propósito de encontrar algo de optimismo para los jóvenes, pero leyendo la prensa local y nacional es difícil hallarlo.
Entristece saber que un joven en la costa perdió su brazo porque otro, en un acto de intolerancia, decidió arrancárselo de un machetazo por gay. O que en tan sólo ocho días han ocurrido tres masacres en las que sus víctimas han sido principalmente jóvenes.
Aunque esto no debería sorprendernos, pues fue el gobierno que prometió el Centro Democrático: “bala y plomo”. Eso fue lo que eligieron los miles de colombianos que vendieron su voto para que Duque ganara.
Dejo este pequeño espacio en blanco, al final de esta columna, como símbolo de mi silencio ante tanta barbarie. 85 palabras restantes que no quise escribir en honor a las víctimas.
¿Podrá existir alguna luz en medio de tanta oscuridad?
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