La confianza perdida

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Un amigo mío de la infancia me hizo caer una vez en cuenta del grado de desconfianza que reina en Colombia. Y me puso un ejemplo de la cotidianidad. Me dijo que le ofende mucho cuando paga con un billete y lo primero que hace quien lo recibe es ver si la pieza es original. Él, que es una persona decente, se siente tratado como un falsificador cada vez que paga con un billete de cinco mil, 10 mil, de 20 mil o de 50 mil pesos. No quiero ni pensar qué pasará cuando salgan los billetes de 100 mil pesos y el “ingenio” de los falsificadores criollos salga a relucir rápidamente.

Estuve de acuerdo con su indignación y recordé muchos episodios que he visto y sufrido en las migraciones de otros países, donde nos miran con desconfianza a los colombianos, porque nos creen narcotraficantes, ladrones, tramposos, matones, falsificadores o sospechosos de cualquier otro delito.

Pero cuando se leen, ven o escuchan noticias y uno se entera de que una banda de compatriotas cayó en el exterior o resultó implicada en terribles crímenes, entonces hay que comerse la indignación y admitir que en este paraíso terrenal no abundan las razones para la confianza. Nos han engañado tanto, nos han mentido y han robado tanto los políticos y los contratistas del sector privado, son tan mañosas las guerrillas y los paramilitares, y están tan engolosinados con la guerra los militares, que la construcción de confianza es una obra monumental, que no se ve en marcha y que, al paso que vamos, va a tardar generaciones.

Y por eso hemos caído en esa desconfianza que nos hace dudar y descreer de todo o de casi todo. Desde las conversaciones más triviales hasta lo que algunos orates dicen por las redes sociales o lo que prometen los políticos en campaña y después hacen cuando están en el poder.

A propósito de políticos, hace varios años sugerí, como forma de dar transparencia y confianza a la campaña, que los candidatos a la Alcaldía de Ibagué revelaran sus declaraciones de renta, para que la gente supiera cuál era su patrimonio y pudiera comparar al final del mandato. El único que respondió y dijo que él sí estaba dispuesto a mostrar su declaración de renta fue Javier Humberto Arbeláez, un señor serio, de cuya honorabilidad no tengo ninguna duda. Los demás candidatos no se dieron por aludidos.

Recuerdo el episodio a propósito del escándalo que se suscitó recientemente en México, donde la primera dama de la Nación, Angélica Rivera, se vio obligada a poner a la venta una lujosa residencia, avaluada en 7 millones de dólares. Su marido, el presidente Enrique Peña Nieto, tuvo que publicar su declaración de renta.

La publicación de la declaración de renta no es per se un sinónimo de honestidad, pero ayuda a que la sociedad y los organismos de control -cuando sirven- puedan hacer algo.

Hoy vuelvo a la propuesta que hice hace algunos años, pero no sólo a los candidatos a la Alcaldía, sino a las demás alcaldías y a la Gobernación del Tolima. Y también pido al alcalde Luis H. Rodríguez que revele la suya, a propósito de las preguntas que se hacen en algunos círculos sobre la forma como estrenó apartamento en Balcones del Vergel en 2011, apenas unos meses después de asumir el cargo.

Credito
HERNANDO SALAZAR PALACIO

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