Del voto obligatorio

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Muchas lecturas pueden hacerse de las propuestas que actualmente cursan discusión en el Congreso de la República frente a que durante los próximos cuatro, ocho o 12 años, el voto sea obligatorio en Colombia, o al menos en las próximas elecciones de concejos, asambleas, alcaldías, gobernaciones, Congreso y presidente de la República.

No puede descartarse que la propuesta es novedosa, que nunca antes había avanzado como hoy en las comisiones que tienen que ver con las reformas a nuestra carta constitucional, que el país vive un momento histórico interesante con una negociación con la guerrilla de las Farc, con una oposición medianamente organizada y programáticamente clara desde la izquierda, el centro y la derecha.

Que los ciudadanos ahora son más conscientes de no tragar entero a los gobiernos, ni de creer en todo porque lo dice el Presidente, o tal vocero político, o el Fiscal, el Procurador, el presidente de una alta Corte, porque ya está más que demostrado que todos tienen sus propios intereses ocultos, sus propias cartas marcadas para mantenerse en la riqueza y el poder, para servir a ciertas posturas ideológicas, intereses económicos y políticos.

La pedagogía sobre el país real que hacen los medios de comunicación mostrando esas verdades incómodas sobre como el Estado centralista dice una cosa sobre un país de maravillas, y en las regiones existen otras verdades de a puño e irrefutables sobre abandono, miseria extrema, falta de oportunidades, de empleo, problemáticas en salud y educación, vías, infraestructura, transporte y sobretodo en deterioro de la seguridad para el ciudadano y sus familias.

Las redes sociales que han interrumpido con fuerza en nuestro país también han cumplido con lo suyo al hacer una pedagogía de contar lo que no se quiere contar, de decir verdades de frente, de poner en evidencia situaciones que resultan incómodas para los gobiernos, las cabezas de los organismos de control y la dirigencia política.

Por eso, el ejercicio de hacer obligatorio el voto va mucho más allá de pensar de manera liliputense como la de Horacio Serpa, que sale con que si la gente vota obligatoriamente es porque habrá más democracia, porque hay más participación. ¡Ay por Dios! Y es un Senador de la República. No, lo realmente importante es saber qué pasará con aquella gente que ha sido mayoría tradicional en Colombia, es decir, los abstencionistas por convicción, porque no se siente representados, porque creen que nada cambia para bien sin importar quien llegue a los cargos y nunca han participado.

Si ellos se juntaran con los que siempre han votado en blanco, o con quienes no marcan los tarjetones y los anulan a propósito, que como lo han evidenciado las últimas elecciones son millones de colombianos, muchas cosas pueden pasar.

Si ellos no tienen un interés directo y no lo han demostrado nunca, serán los que tengan la batuta y el poder, porque pueden inclinar la balanza hacia cualquiera, o pueden hacer repetir elecciones por una vez con otros candidatos si la baraja que se presente para ocupar ciertos cargos de elección popular nos les gusta.

Además, podrán hacer encarecer hasta tres veces la compra de votos por parte de jefes, caciques, directores de grupos, cabezas de movimientos políticos nacionales y regionales, porque les harán gastar más plata en la compra de los mismos, deberán ampliar el número de compra, o los llamados votos amarrados en bolsa, pesarán tanto que les saldrá muchísimo más cara a los señores del maletín.

Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ -GERSAN-

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