El perdón y la abstención

Nelson Germán Sánchez

A propósito de la firma del acuerdo de negociación entre el gobierno Santos y las Farc en Cartagena, llevada a cabo el lunes, recordé las sabias palabras de la premio Nobel de Paz, Rigoberta Menchú, sobre la base de una verdadera reconciliación que es el primer aporte real para una paz duradera: El Perdón.

El perdón, como una actitud personal y no impuesta. Como una condición que cada cual asume y da, y no por decreto presidencial o por imposición epistemológica de corte alguna colombiana. El perdón, es el primer bastión de la reconciliación real. Sin él, el resto no deja de ser un pequeño show social y un escape temporal para el dolor del alma.

“Yo me reservo el derecho moral de saber a quien perdono. Eso no me lo imponen socialmente o por decreto”, dijo la Menchú cuando tuve oportunidad de entrevistarla el año anterior para el programa de televisión de la Universidad del Tolima, Mentibus, que se transmite para el canal universitario de Colombia, Zoom.

Ella, a quien el dolor, la tragedia, la invadieron en su natal Guatemala, cuando los “paras” de allá, le mataron a su papá, a su hermano y dejaron en la inopia a su mamá y su familia. Ella que sintió los vejámenes de la guerra de forma directa, aseguró que no habrá paz duradera sin reconciliación real, y esa reconciliación pasa porque se tenga la sensación de que hubo justicia por el crimen que le partió la vida, que la agrietó el rumbo, que le hizo sentir profundo dolor en su espíritu, cuerpo y mente. Eso es lo que siente una víctima.

“Sin esa justicia, no hay reconciliación, porque es esa sensación de justicia la que me permite el perdón verdadero”, es como algo que compensa, no que recompensa ni que devuelve, sino de sentir que aquel que hizo enorme daño pagó y se arrepintió, decía la Menchú.

Por eso, hasta que el perdón no se comience a extender como una situación personal filosófica y moral entre nosotros los colombianos, la anhelada Paz no pasará de ser un símbolo en un pajarito blanco. Triste decirlo, pero es mejor hacerlo que callarlo.

La injusticia sobre el mal llamado plebiscito que tendrá lugar el próximo 2 de octubre, comenzó desde el mismo momento que nació con trampa desde el Congreso y los congresistas de hoy y las cortes de hoy y sus multimillonarios miembros. Al bajar el umbral, el modificar las normas de participación electoral, de cambiar la normas de juego cuando de participación del pueblo se trata para que se pronuncie, el acuerdo desafortunadamente nació chueco, injusto, inmoral, desafortunadamente no para nosotros si no para las futuras generaciones que tendrán que enfrentar sus consecuencias.

El solo hecho que la Corte de manera política y sesgada hubiese cercenado de tajo la posibilidad de votar el blanco en el plebiscito para refrendar los acuerdos entre Santos y las Farc, creo que sembró el desánimo en muchísimos de colombianos, entre los cuales me incluyo. Porque era llevarlos paso a paso a una especie de chantaje público y ético de tener que decidir entre más guerra o supuesta Paz. Lo cual no es cierto de ninguna forma. Quienes queremos abstenernos de votar, simplemente estamos tomando una posición política como los del Sí y los del No. Pero también estamos enviando un mensaje claro: El que participe es quien debe hacerse responsable de lo bueno o lo malo que pase en el futuro mediato con lo pactado allí. Por eso, a los millones de colombianos que pertenecemos a esta franja de los indecisos y abstencionistas mi respetos, mi admiración y mi solidaridad. También son colombianos de bien. No son guerreristas, no son enemigos de la Paz. Son como el más, colombianos de bien. Aplausos.

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