El arte de la imitación

El año pasado la Casa de Poesía Silva convocó un concurso para premiar a quien escribiera un poema que reprodujera el estilo de José Asunción Silva.

O algo así. Me pareció tan tonto el concurso que olvidé los detalles, aunque sí recuerdo que fue ganado por Yesid Morales Ramírez. Él escribió a la manera del Nocturno de Silva. Si no conociera la obra de Yesid, hubiera despotricado de su premio. Sé que no necesita imitar ni copiar a nadie para ser grande.

Me fastidió mucho ese concurso porque, aparte de incentivar un subgénero despreciable como el de la imitación o la copia, seguía la intención de algunos de colocar tema y sentido a la escritura de los otros, algo como una recóndita burla a quienes, con sinceridad y oficio, tratan de elevarse por encima del común de los mortales con sus obras.

Y mala onda eso de hacer homenaje al poeta de la Casa, si ese era el propósito, con la imitación de su legado.

Ahora resulta que una cadena de televisión tiene como su programa estrella un concurso en que se estimula la imitación y se busca premiar a quien copie con fidelidad al intérprete de sus amores.

Y miles de personas ingenuas votan por este o aquel imitador dando como resultado millones recaudados por llamadas porque, sencillamente, es un negocio (algo así como “yo los embobo y ustedes me pagan por embobarlos”) planteado así por la programadora. Y en esto de los rating y los negocios son unos genios.

La interpretación es un arte pero un imitador, o copista, siempre será mediocre frente a su modelo, y en ese juego de la despersonalización (o personalización del otro) siempre hará el ridículo. También es un talento, qué duda cabe.

El deseo de reproducir un estilo casi nunca ha tenido éxito. Recuerdo que los cantantes populares Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas impusieron su estilo, muy parecido, pero no tuvieron imitadores, salvo los borrachitos en las cantinas que se trababan a golpes por una canción que avivaba sus complejos.

Además, el concurso impone la especificidad de un artista concreto con su “Yo me llamo”. No ha sido la búsqueda de un imitador de voces o de alguien que imite a varios artistas, porque su talento es ese y ese su oficio de espectáculo. En la diversidad de imitados se esconde su incapacidad de ser él mismo.

Lamentable que se reproduzcan estos certámenes, que estimulan la pobreza intelectual. Ojalá no se les ocurra la genialidad de convocar un premio de pintores imitadores, “Usted es Fernando Botero” o “Usted es Darío Ortiz”, para seguir en la onda de estimular la mediocridad en la cultura colombiana.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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