Un año de gobierno de Juan Manuel Santos

Juan Manuel Santos llegó a la Presidencia de la República con el discurso de la prosperidad democrática. Esta expresión, por una parte, supo convocar amplios sectores que sentían la necesidad de dar continuidad a los logros alcanzados con el discurso de la seguridad democrática en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

Por otra parte, supo mostrarse como un discurso más sólido, menos errático, más serio, con más piso y menos brincos que el de la legalidad democrática que expuso a los colombianos Antanas Mockus. 

 

Desde el punto de vista del discurso político, la campaña que lideró Juan Manuel Santos se concibió en el marco de una forma de tratamiento de la democracia que se ha posicionado en los últimos 10 años de vigencia de la Constitución Política de 1991, en el que ésta deja de ser el objetivo sustantivo y prioritario del discurso y el acontecer político y pasa a prestar servicios para calificar adjetivamente otros propósitos que se priorizan como sustantivos y centrales tales como la seguridad, la prosperidad y la legalidad. 

 

La anterior tendencia contrasta con el discurrir político de los primeros 10 años de la Constitución, entre 1991 y 2001, cuando los conceptos de democracia participativa y democracia representativa (nótese que en esas expresiones la democracia es el sustantivo), su mutua dialéctica y complementación en escenarios locales y nacionales estaban al orden del día y en el discurso la acción priorizaba la democracia como el objetivo central. 

 

Eso de que en política “el discurso crea realidad” no es mera palabrería y una cosa es tratar la democracia como un sustantivo y otra hacerlo como un adjetivo.  Ya en el ejercicio de su gobierno, el presidente Santos ha dado señales importantes para restablecer de nuevo la democracia en el lugar sustantivo y central que se merece.

 

Leyes como la de víctimas y tierras, la reforma constitucional para una distribución más equitativa de las regalías y una nueva ley de ordenamiento territorial, son señales sugerentes al respecto y queda por delante el reto del desarrollo institucional de dichas normas para que no queden en letra muerta. 

 

Un Presidente, como jefe de Estado y con la carga simbólica que ello representa, capaz de pedir perdón a una comunidad de víctimas, como lo hizo el actual primer mandatario en Montes de María, da señales sensatas de expresión de voluntad para velar por que el Estado esté cada vez más robusto de legitimidad. Santos ha logrado poco a poco sacar al país del estéril debate de dividir a los colombianos entre uribistas y antiuribistas y lo ha hecho con guante de seda.

 

No ha dado señales de quererse colocar en la categoría de los imprescindibles para la vida política colombiana. De mantenerse así de centrado, Santos puede lograr ser un buen capítulo de la historia republicana de Colombia y gran favor hará a las próximas generaciones para que entiendan el valor que representan las instituciones en ese propósito de consolidar una democracia sustantiva, sin giros eufemísticos adjetivos.  

Credito
ALFREDO SARMIENTO NARVÁEZ

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