Abdicar o perseverar

La noticia golpeó a los mil doscientos millones de creyentes del catolicismo en el mundo. Muchos creían que estaban ante una inocentada en tiempos de seriedad, pero poco a poco fueron adaptándose a la terrible verdad.

El Papa había renunciado y la mayoría aceptaba la contundencia de sus afirmaciones. Lo había hecho por razones de salud y entonces se habló de los mil achaques que habían caído sobre el cuerpo avejentado del pontífice y un sentimiento de compasión se tomó al mundo. Su imagen se dimensionó y sus errores del pasado fueron borrados por ese acto de generosidad y compromiso con la Iglesia.

El rostro abotagado de un presidente que se inclina sobre una estatuilla de la imagen de José Gregorio Hernández y la besa con fervor, parecía una mentira de la oposición, pero pronto sus seguidores entendieron que ese hombre regio, de cuerpo macizo, lenguaje desabrochado, y decisiones polémicas, se estaba  desmoronando por dentro y solo lo mantenía de pie, el compromiso social con centenares de seguidores que esperaban el milagro. Pasaron cuarenta días y ese milagro se cumplió parcialmente. Un sentimiento de júbilo se adueñó de los miles de desposeídos  que esperaban verlo caminar con garbo para retomar las riendas de ese indomable potro que se diluye entre los ataques de la oposición y las evidencias de que su ídolo ha ido perdiendo las fuerzas necesarias para culminar su proyecto de gobierno.


El Papa guarda silencio para que sus detractores no resquebrajen la imagen de un ser bondadoso. El presidente guarda cama para que sus opositores no se solacen con su manifiesta imposibilidad física. Son dos seres minimizados y vulnerables,  dos exponentes de la tragedia humana, que libran una lucha descomunal para mantenerse en su obsesiva idea de gobernar a miles de seguidores; son dos ídolos que se debaten entre la incertidumbre y la ambición.


Abdicar significa ceder el campo de batalla conquistado, a los enemigos que manipulan la información y convierten su débil estado físico en la posibilidad de destruirlos políticamente. Perseverar significa también exponerse a la ruindad de los ataques y al deterioro de sus cuerpos ofrecidos a las hienas agazapados tras las cámaras, los micrófonos y los computadores.


Dos historias de vida diferentes, pero hermanados por una desgracia común: la enfermedad física y la confabulación despiadada de los enemigos ideológicos y  políticos. Su desenlace puede ser maquillado y tal vez nunca se conozcan  los oscuros intereses de los azuzadores, pero estos dos seres humanos están frente a la encrucijada y cualquier determinación que tomen entre abdicar y perseverar, los habrá de convertir en víctimas de las circunstancias y los llevará por los caminos del fracaso, que son los caminos del olvido.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN Profesor Titular UT

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