Es el ciudadano y no el funcionario la razón de ser del Estado

Por difícil que sea el trato con la comunidad en las oficinas públicas, nada excusa que a la ciudadanía se le desprecie, se le agravie o se le desconozca, pues, es el ciudadano y no el funcionario la razón de ser del Estado.

La ciudadanía es la razón de ser del Estado, no solamente porque en su condición de constituyente primario reside la máxima expresión de la democracia que lo sustenta, sino porque es el ciudadano el propósito de toda la acción de las distintas ramas del poder público, de sus instituciones, entidades, dependencias, etc.; es decir, desde la más poderosa de las expresiones de gobierno, justicia o administración, hasta la más pequeña de las oficinas públicas, quienes ostentan la categoría de funcionarios o servidores públicos se deben única e íntegramente al ciudadano y esto, que debería ser una verdad sabida, suele hoy olvidarse por completo.

Es la desobligante y salvaje escena del comisario de familia golpeando a una mujer que acude a su oficina en busca de orientación y protección, o el caso, también de una mujer que se vio ante la necesidad de reclamar de manera airada en una notaría de la ciudad, el desprecio con el que, durante horas, fue tratada. La mujer, que, según lo aseguró, salió antes del amanecer desde una zona veredal para estar a primera hora en la dependencia pública y poder regresar pronto a su casa, donde tuvo que dejar solo a su hijo, pasó horas sin que nadie se interesara en su caso para luego, al mediodía, enterarse de que el notario había salido, lo que desencadenó su reacción.

Ante los gritos indignados de la ciudadana, los funcionarios mostraron más actitudes de rechazo y vergüenza, que de atención a la situación que se había presentado, es decir, una vez más, ante el justo reclamo de la persona afectada, el Estado responde más con la intención de acallar el reclamo que de solucionar el problema. Son pequeñas escalas de grandes problemas, el descontento que surge cuando una mujer no recibe durante horas la atención que reclama en una notaría, o cuando una nación no encuentra canales de expresión por los que sus demandas sean escuchadas y consideradas.

Horas después al notario se le notó más interesado en exponer los pormenores de su agenda de ese día, que en remediar la situación vivida por la usuaria maltratada que merecía, cuando menos, una disculpa pública. Por difícil que sea el trato con la comunidad en las oficinas públicas, nada excusa que a la ciudadanía se le desprecie, se le agravie o se le desconozca, pues, como dijimos al comienzo, es el ciudadano y no el funcionario la razón de ser del Estado.

EL NUEVO DÍA

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