La delgada línea entre la realidad física y la virtualidad

El problema es que la frontera entre la realidad y la virtualidad es cada vez más difusa, y en el juego de ganar poder, dinero y fama cualquier táctica es válida.

Hace pocos días se difundió el video de un niño superdotado de 11 años que resolvía complicadas operaciones matemáticas sin la ayuda de una calculadora. El pequeño genio no podía estudiar, pues debía trabajar vendiendo dulces para ayudar al sostenimiento de sus hermanos de cuatro y cinco años, debido a que su padre había fallecido y su mamá estaba enferma. 

Rápidamente el video se viralizó y millones de personas lo vieron. La conmovedora historia causó tal impacto que el gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria, pidió que le ayudaran a localizar al menor para garantizarle el acceso a la educación. Unos días más tarde se supo que el video en cuestión fue un montaje elaborado por un influencer para ganar visitas y con ello mejorar sus ingresos.

Los engaños, las falsedades y las estafas se multiplican en la red porque siempre hay personas ansiosas de ganar notoriedad a cualquier precio, por una parte, y ávidos consumidores de contenidos en las redes sociales, por otra. Los influencers se dedican a la producción de contenidos para las diferentes redes sociales y en la medida en que alcancen seguidores pueden obtener exorbitantes ganancias. Las empresas también recurren a ellos porque son el mejor vehículo para ofrecer sus productos. Esto hace que muchos se dediquen a realizar actividades riesgosas, a exagerar la realidad, a crear contenidos grotescos o a embaucar con tal de ganar seguidores.

Por otra parte, quienes se dedican a seguir las redes sociales replican o viralizan lo que encuentran sin verificar si el contenido es real, una estafa o un engaño. La realidad es que es imposible tratar de que las personas apliquen filtros a lo que ven en las redes sociales. Esto hace difícil determinar si lo que circula es real o ficticio. En el juego de la inmediatez y de no quedarse atrás han caído los medios de comunicación, dirigentes políticos, empresarios y gobernantes, que sin hacer una evaluación previa de lo que están viendo lo retransmiten. En las redes sociales se divulga información falsa, se difunden calumnias, se acusa sin fundamento, se ataca y se destruyen honras sin que estas falacias se puedan contener o controvertir. 

Los jóvenes y los niños no son ni mucho menos los únicos que se dejan seducir por el embrujo de las redes sociales. Ya hemos visto a políticos sagaces en campaña en acercamientos con influencers, pues saben que la capacidad de persuadir ya no reside en los libros, en los medios tradicionales de comunicación, en la plaza pública, en el Congreso o en las calles sino en la web. El problema es que la frontera entre la realidad y la virtualidad es cada vez más difusa, y en el juego de ganar poder, dinero y fama cualquier táctica es válida.  

El Nuevo Día

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