Superpoder

El pasado sábado, en el estadio Murillo Toro, nos tocó vivir una historia de esas increíbles, que solo el balompié nos depara.

En la primera parte del encuentro ante Pasto, los ‘Pijaos’ contaron con al menos cinco opciones de anotar, pero no pudieron, porque sus remates solo sirvieron para convertir al guardameta de los del Galeras, José Cuadrado, en figura opacando a los que pretendían ser sus verdugos; posteriormente, al arrancar la etapa de complemento, apareció el error de Banguero que le significó a los visitantes obtener los tres puntos, sin el mérito que se le ha asignado posteriormente, porque si bien plantea un esquema interesante en defensa, sus ataques son pobres, al punto que aún disfrutando de la ventaja de dos hombres, no fue patrón en el campo y ni siquiera inquietó a quien debió asumir el encargo improvisado del pórtico. 

Y es que a propósito de ese tema, el elenco local fue más punzante con nueve que con 11, algo que se explica, basados en esa condición de la conducta de hacer aflorar el coraje a cambio de la entrega, como respuesta ante la adversidad y para tener una contradicción más, basta tratar de descifrar como un equipo que de visita, luce la sagacidad del felino, para aguantar y dar el zarpazo mortal; en casa se transforma en un grupo inefectivo que cae en la desesperación cuando va perdiendo.

Pero todo ello hace parte del fútbol, como también la participación en papel protagónico de un actor que cuando no se nota es realmente valioso: el árbitro, un personaje con poder casi sobrenatural, ya que califica inclusive la intención, decide en fracción de segundos lo que para muchos puede tomar días y tal vez por haber sido dotado de tan vasta potestad, además se otorga la posibilidad de prorrogar sus juicios más allá de 90 minutos, al influir en las sanciones porque sus informes son la última palabra y si no, basta revisar el discutido dictamen de Lamouroux al expulsar a Silva, por supuesta ofensa verbal, con lo que se decretó una sanción de tres fechas, al elevar el ambiguo acto a conducta antideportiva y sentirse injuriado, en lo que se constituye en un alto irrespeto; sin que se conozca qué fue lo que dijo el ‘guaraní’, porque él lo niega y tampoco ha mediado un juicio, o al menos un cara a cara, para saber si fue tal la irreverencia a tan probo ser, que dictó sentencia en plena cancha, con el agotamiento de una hora corriendo, escuchando al aparente agresor entre el tumulto de jugadores y con el griterío desde la tribuna; sin embargo, en un jugada que precedió, confundió a un infractor ‘pastuso’ y le mostró la amarilla a otro, sin dar muestra de la sapiencia y magnificencia del juicio postrero.

Pero si se estudian los encuentros que arbitró, el llanero a lo largo del semestre, emergen unas cifras interesantes, dado que tuvo a su cargo 10 juegos, es decir, la mitad de la programación, en las que repitió tres veces al Cali y ajustó su segunda oportunidad con ‘Pijaos’ y nariñenses, al igual que con Chicó, Cartagena y Millonarios; completando 57 cartones amarillos y 10 rojos, lo que promedia cerca de seis amonestados y un expulsado por cotejo, teniendo apenas cuatro duelos en que ambos conjuntos terminaron con los once, en cambio se apuntó su cuarta vez con un par temprano en las duchas, determinado un manejo en apariencia estricto, no por ello, acertado. De otro lado, el condenado no posee un pasado tan oscuro, lo que debió ser considerado, porque tras guardar la puerta de los tolimenses en 92 duelos por competiciones de la Dimayor, lleva nueve tarjetas preventivas y esta fue la primera expulsión en el país y según cuenta la segunda de su vida, con un antecedente en sus años juveniles.

La subjetividad con que se juzga el deporte que más gusta, son parte de su esencia; pero con tal interés en causar daño, resulta forzoso dudar y solamente quien actuó, sabe si respetó a quienes juzgó y si al exigir ese trato lo merece o es otro abuso de su autoridad.

Credito
ROBERTO SANTOFIMIO

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