Escalar y estar en el monte Kilimanjaro era una idea que venía alojada en mí desde hace mucho tiempo, un sueño que tenía desde el punto de vista deportivo (como escalador) y científico (como biólogo). Fue así que con el apoyo de la Universidad del Tolima, la Fundación Abrapalabra y Serfuncoop pude llevar a cabo ese propósito.
Como deportista y escalador el Kilimanjaro representaba un reto, es la montaña más alta del continente africano y hace parte del proyecto “Siete Cumbres”, iniciativa que muchos escaladores a nivel mundial vienen realizando. Al comentarle la idea a un profesor del programa de Educación Física de la Universidad del Tolima le llamó la atención y sin dudarlo comenzamos a cristalizarlo.
Después de un largo viaje de más de 30 horas de vuelo entre Bogotá y Nairobi (Kenia), me desplacé en bus para Arusha (Tanzania), la ciudad más cercana a mi objetivo.
Allí, luego de conseguir todo el personal que exige la autoridad ambiental de Tanzania para escalar el Kilimanjaro; valga decir, es un ejemplo de desarrollo sustentable y social en montaña alguna; inicié mi escalada por la ruta Machame.
Durante mi ascenso afloró mi otro objetivo: apreciar y conocer la flora y fauna de esa montaña tropical; observar las diferencias y similitudes con mi cima del alma, el Nevado del Tolima. Fue así que comencé a hacer un registro fotográfico de cada planta y animal que encontraba y veía.
Las jornadas eran prolongadas, pero me las recorría con un ánimo y unas ganas desbordantes. Cada cosa era nueva y de admirar. Cada ecosistema, en esta hermosa zona, era un crisol lleno de vida. No me importaba ni el tiempo ni el clima, tenía que sentir y ‘devorar’ todo ese paisaje y todo lo que rodeaba el Kilimanjaro, era mi oportunidad.
El ascenso
Luego de estar en Machame Hut, Shira Camp, Lava Tower y Barranco Camp, en días y noches diferentes, llegamos al último campamento de ascenso: Barafu Camp a cuatro mil 650 metros de altura.
El recibimiento en este campamento por parte del clima no fue el mejor, nevaba y el viento era fuerte. La salida para el asalto a la cumbre era a la 1 de la mañana y si seguían así las condiciones nos esperaba algo difícil. A las 10 de la noche cesó la nevada y el cielo abrió, se tornó estrellado y diáfano; al fondo, en el valle, se veían las luces de Arusha y otros pueblos más, así mismo, un espacio muy oscuro: la sabana del Serengeti.
Después de comer unas galletas y un té caliente, salimos hacia cumbre. Inicialmente la pendiente era pronunciada; sin embargo, la buena preparación y la experiencia hacían que la situación fuera agradable; además, el suelo estaba tapizado por una capa de nieve, algo que me agradaba bastante.
A las 4 de la mañana, como me ha sucedido en otras montañas, la temperatura descendió bastante, el viento golpeaba con más fuerza y las condiciones se volvieron un poco más difíciles.
Abrigándome más, tanto las manos como la cara, y continuando con la caminata y las pulsaciones del corazón controladas, empecé a ver las primeras luces del Sol en el horizonte, algo hermoso.
Ya con la luz violeta del amanecer y los primeros rayos llegando a la máxima altura del continente africano, fui arribando a ese soñado sitio. La emoción me embargó, estaba en el sitio que deseaba desde hace mucho tiempo. El paisaje era majestuoso. El inmenso cráter del Kilimanjaro y el popular letrero de “Congratulations…” me recibían.
Eran las 6:15 de la mañana del 10 de marzo cuando ondeé la bandera de Colombia y llevé el corazón de los tolimenses al “Techo de África”, la cima del monte Kilimanjaro, momento sublime.
Agradezco a Dios y a todos los que de una forma u otra me ayudaron para conquistar esta hermosa montaña y dejar en alto la imagen de Ibagué y el Tolima.
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