Sin violencia

Esta semana al balompié colombiano, le sobraron noticias y opiniones, solo que los temas abordados se distancian del ámbito propiamente deportivo y así tengan una relación inequívoca con el fútbol, parecen invadir campos que aunque cotidianos, no dejan de asombrar a la opinión pública.

Como en el caso de acciones  violentas, con las que el país convive desde hace más de medio siglo y no logra asimilar del todo.

Siempre al ser humano lo abraza el dilema de poder resolver sus diferencias a través del dialogo y la razón para cambiar la forma de pensar de otro o abrir camino al uso de la fuerza y la irracionalidad para imponer sus ideas; pero como entender que se puede atacar a alguien que escogió diferente, tal vez evolucionamos y las pugnas políticas del siglo pasado son un recuerdo, pero lo de hoy es mucho menos lógico; con cuales argumentos se explican imágenes de persecución hasta dar muerte a un semejante, por llevar una camiseta de su equipo predilecto, que no es la misma del agresor; ni siquiera para las especies animales que recurren a la caza como condición instintiva para sobrevivir; porque allí al menos hay una razón de peso para tal proceder, en cambio en este triste episodio el criminal huye sin obtener un botín y lo único que le enorgullece es cegar una vida. 

En el mundo entero se sigue batallando por que respetar a los demás respecto a su ideología, sus creencias religiosas, su preferencia sexual y hasta su origen racial; luchas en las que el fútbol siempre contestó o  presente, por ello se han prohibido las pancartas y las dedicatorias, penando la discriminación; pero lo actual es absurdo, al ser parte de la competencia poder cotejar lealmente; si tal barbarie llegara a las diferencias mínimas, se atacaría a quien guste lucir prendas de diverso color, vea programas de televisión distintos, quien escuche música de otro género o se deleite con una comida diferente.

El hecho que el balompié refleje lo complejo de la estructura social, hace ver mayor el problema, lo que implica que las rutas de solución sean varias; de una parte, como un fanático no debe mutar a delincuente, la educación y la concientización han de llevar a vencer en el campo de la sociología, con acciones que lleven  a erradicar la desdichada anomalía, sin olvidar que no es un mal exclusivo del deporte en el que solo  encontró la manera de camuflarse hasta ahora con éxito, en la pasión de un juego atrayente hasta en rincones recónditos. 

Pero si los malhechores están escondiéndose en la ropa de los equipos, se debe aplicar la legislación que castigue sin dilación y con toda dureza a los bandidos; no obstante, el escenario aborda faenas de los campos policial y judicial, ya que en las circunstancias recientes, los hechos luctuosos ni siquiera han ocurrido en los estadios. El problema se agrava cuando los que cometen la falta, apenas  son menores de edad y la condición se usa a modo de resquicio para evadir el escarmiento, para ello también se tiene que dar un ajuste en el régimen punitivo, lo que al igual se reclama desde otros campos delictivos.

Claro que en el ánimo de ser actores protagónicos, surgieron alcaldes que se imponen para aplazar un partido y al día siguiente  concilian con un acto que así se hubiera visto muy sentido, no deja de ser una escena teatral y al encontrar de inmediato la  fecha alternativa, todo se quedo en papelón; pero la increíble propuesta del Alto Comisionado para la Seguridad Ciudadana, de acabar el torneo, denota incapacidad, puesto que él es el menos indicado para tal invitación, ya que a la par debería ser el promotor de una veda de  alcohol, para escindir  los ebrios al volante y le terminó dándo la razón al Presidente de la Dimayor, que expresó que sería un despropósito finalizar con el servicio de taxis, para erradicar definitivamente  los paseos millonarios.

Si esa fuera la solución, el doctor Lloreda, tendría que explicar porqué los ingleses no eliminaron el deporte que ellos crearon y a cambio aseguraron un modelo de conducta blindado con correctivos drásticos, que invitan a los aficionados a optar por comportarse bien. El desafuero lleva a pensar que el funcionario obra con la teoría de salir del sofá si descubre que en el se ofendió su orgullo.

Finalmente debe optarse por un compromiso total, de erradicar la violencia, del balompié, incluso a partir del vocabulario a emplear, dado que “barra brava” es un calificativo que incita a convencerse de ser el “ala armada” de un conjunto; tampoco se debería dar espacio a los que hablan del “partido a muerte” o de “morir con las botas puestas”; lo que se requiere es recuperar el sentido del juego, de  la fiesta y de que el futbol se disfrute en familia con estricto cumplimiento de la Ley, dentro y fuera de los estadios.

Credito
ROBERTO SANTOFIMIO

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