Para el otro lado del Mundo (III)

Y entre tanta gente linda no tuve ningún romance. Estaba en la fiesta de la Luna Llena en Ko Phangan, Tailandia, en medio de una multitud pintada de tatuajes fluorescentes, con poca ropa, enfiestadísimos e increíblemente bonitos y no tuve ni un levante. Ni siquiera una agarrada de nalga, como dice mi mamá, o una picada de ojo. Nada.

Al regreso al hotel, perfilándose el nuevo día en el horizonte, perdido hacía horas de mis acompañantes, sin un peso y solo. Estaba en uno de los lugares más paradisíacos del mundo, en una de las fiestas más famosas y yo estaba solo, 12 horas adelante de mi casa, en la mierda. Sin embargo, fue como una conversación con mi mente. ¿De qué te quejas? Estoy solo. ¿Y? ¿Acaso no viniste hasta acá para eso? Sí. ¿Entonces? Si eso pides, eso tendrás. Tenía toda la razón. Uno de los propósitos principales del viaje fue eso. Estar al otro lado del mundo, lejos de todo, a mi voluntad, solo. Aunque si tuve un medio romance, que terminó en ataque de pánico y contorsionándome de la risa. Pero eso será más adelante.

Los siguientes días después de la fiesta, como era de esperarse, transcurrieron en estado zombie. Un guayabo aterrador, de esos que deja el San Pedro, hasta que se nos dio a la idea de rentar motos y dar una vuelta por la isla. Esto con dos amigas. Cada uno rentó la propia, una ‘sabia’ dijo que era suficiente  con responsabilizarse por su propio bienestar, que además de eso tener uno más atrás. Esa ‘sabia’ se cayó a los pocos minutos como si hubiera previsto el incidente. Se raspó, le dolió, pero seguimos nuestro camino. Yo iba como alucinado. Las carreteras serpenteaban por pequeñas colinas, bajo un increíble sol, al lado de un mar azul turquesa, con toques verdes, rojizos, azules aguamarinas, amarillos. Por momentos la carretera se volvía destapada, resbalosa y peligrosa. Y claro, ahí fue cuando yo me caí. Nada grave, un pequeño raspón en mi cuerpo y otros en la moto. Seguimos nuestro camino, alucinando y saboreando.


A eso de las 6:00 regresamos al sitio de renta, en donde habíamos dejado nuestros pasaportes como depósito por las motos. Entregamos las motos las cuales fueron revisadas, como es obvio, por el señor de la tienda. Iba anotando en un papel los raspones que tenían las motos y sumaba en una calculadora. Son 20 mil Baths. Eso en dólares son 600.


¿Qué? ¿Qué está diciendo? Son 600 dólares, cada uno. Señor, no entiendo, Son unos raspones mínimos que se pueden pintar, no está dañada la moto, 600 dólares es como una moto nueva. Son 600. Punto. Cuando entendí la situación, y supe que el señor no nos iba a colaborar, un ataque de desespero se apoderó de mí. No sabía qué hacer. Pagar esa plata repercutiría en un problema muy serio. Todavía me faltaba más de un mes de viaje. Se me reduciría el presupuesto en la mitad. Le lloré, le supliqué, hice alarde de la mala situación de Colombia para decirle que no podía sacar tanta plata de un cajero pues había restricciones en nuestro país por posibles robos o paseos millonarios. El tipejo, me gustaría llamarlo de otras formas más soeces pero no me atrevo, tranquilo en su silla, le importaba un pepino lo que pasaba. Tenía nuestros pasaportes así que estábamos en las de perder. El tenía todo el tiempo del mundo, nosotros no.


Pasaron horas rogando, llamamos a la Policía que no hizo nada y solo hablaba Thai, así que estábamos indefensos. En un momento de ataque, cuando ya el ferry que teníamos programado se había ido, una de mi compañeras, ya desesperada encontró las llaves de la gaveta donde tenía guardados los pasaportes. La abrió e intento robárselos. Pero no alcanzó. El tipejo este se le fue encima, y yo me le tiré encima al tipejo. Nos dimos en la jeta, o más bien nos dieron en la jeta. La esposa me arañó toda la cara, a una le dejaron moretones en todo el brazo y a la otra le rasparon la cara. Intento fallido. Tocó pagar, y con esa plata se fue un poco de mi entusiasmo. Ahí supe los privilegios de los europeos. Supe por el hotel, que dejan su pasaporte, sacan otro al otro día, y siguen su viaje como si nada. Los colombianos, no lo podríamos hacer. Malditas visas.


Salí de Ko Phangan moreteado y quebrado. Llegué a Ko Phi Phi, la isla donde filmaron La Playa con Leonardo Di Caprio y Tilda Swinton. Esto la hizo famosísima y, por consiguiente, sobrepoblada. No deja de ser un lugar paradisíaco, con el mar de todos los colores inimaginables, rodeada de piedras que salen del mar cortando el horizonte. Allá tuve mi cuasi romance. Me invitaron a sentarme en una mesa a tomar trago, así que lo hice. Fue una buena noche. Hablamos de política, la situación de Colombia en cuanto al conflicto, la situación de Alemania con los turcos y la extrema derecha. Al final me quedé con un ‘mancito’. Lo más de bonito él. No recuerdo muy bien los pormenores de la noche, lo que si sé es que yo estaba contento. Hablamos un rato, coqueteando, nos dimos besos claramente. Sin embargo, repentinamente, así, de la nada, Chris, como se llama, me dijo que si le daba 10 dólares o 300 baths podíamos tener sexo. Yo, me reventé de la risa, llevábamos hablando ya muchas horas y pensé que estaba jodiendo la vida. Le di un abrazo a lo que respondió con un empujón y un, no me toque o lo mato imbécil. No sobra decir que esto fue exactamente al otro día de mi encuentro con la mafia de Ko Phangan. Salí corriendo como si el mismo Jason con la motosierra me estuviera persiguiendo. Eso fue lo más cercano a un romance. Ahí supe que debía ajustarme a mi pedido de soledad y encuentro conmigo mismo, y fue lo mejor que pude haber hecho.


Llegué finalmente a Camboya. Siem Reap. Ciudad de Angkor. Una maravilla del mundo, con más de cuatro millones de visitantes al año. Los lugares históricos tienen una energía especial que producen en mí una especie de teletransportación.  Soy capaz de imaginarme como era en su momento, cuando eran funcionales más que turísticos y puedo pasar horas sentado o caminando simplemente divagando mentalmente.


En su momento de gloria, Angkor tenía un poco más de un millón de habitantes. Esto, para la época, la catalogaba como una de las ciudades más pobladas del mundo. La ciudad de Angkor era la capital del imperio Khmer, hecha con estudios de planeación, sistemas de recolección de agua, alcantarillado y acueducto. Para este mismo momento, más o menos el año 1000 D.C, ni Londres ni París se acercaban a este nivel de civilización. ¿Y se atreven a llamarlos salvajes?

    Y por último Myanmar.

Credito
JUAN MANUEL GARCÉS Especial para EL NUEVO DÍA

Comentarios