El mural Nosotros los pijaos fue un ‘repinte’

ARCHIVO - EL NUEVO DÍA
El presidente del Museo de Arte del Tolima insiste en que de acuerdo con el protocolo del Icomos, cualquier modificación o restauración en un monumento cultural deberá “ajustarse a unos márgenes mínimos a fin de evitar cualquier menoscabo en la autenticidad”.

Hace pocos días publiqué en las páginas de este diario un artículo sobre la reciente restauración del mural ‘Nosotros los pijaos’ en el cual afirmaba que la pintura original del conocido maestro Jorge Elías Triana había quedado sepultada completamente bajo el repinte realizado por el maestro Rosendo Gil Sanabria y su ayudante. Texto que ha generando un activo y sano debate sobre nuestro patrimonio cultural en varias redes sociales. Al día siguiente 27 de marzo y de una manera equivalente a como había salido mi nota en posición y extensión (primera página y página 8B) se publicó la respuesta de Rosendo Gil cuyos puntos, a mi parecer, no modifican mi tesis de que la obra había sufrido un completo repinte.

Antes de hacer mención a la respuesta de Gil, debo sin embargo referirme a varios puntos sin los cuales la dimensión de lo que está pasando no podría ser comprendida por los lectores, aclarando en primera instancia que mi único interés es la salvaguarda del escaso patrimonio artístico que nos ha quedado en la región y que está en permanente proceso de desaparición.

Todo el problema comienza en un mal endémico de nuestras estructuras de gobierno en la cual los técnicos y los expertos en materias culturales brillan por su ausencia, dejando el peso de las decisiones y las responsabilidades a burócratas cargados de buenas intenciones, pero con muy poco conocimiento sobre aquello de lo cual tienen que obrar, tomando decisiones que en muchos de los casos llevan a conclusiones tan lamentables como esta, del mural de Triana.

No creo que haya una sola persona dentro de la nómina de la Gobernación o de la Alcaldía que pueda hacer la correcta veeduría de una contratación que ataña a obras de arte. Poco o nada podrían opinar sobre lo que se contrate dentro de las demás artes, con excepción quizás de la música,  de la cual todos dicen ser en Ibagué sendos expertos.

Una demostración fehaciente  de esa afirmación es la historia del mural de Triana desde que fue pintado hasta nuestros días. 

El mural que era destinado a ser un ícono perdurable de nuestra identidad, desde el principio tuvo errores de contratación. Jorge Elías Triana, discípulo de los grandes muralistas mexicanos, por razones que hoy desconocemos realizó el mural en un material de tan poca duración que en menos de 50 años ha tenido que ser intervenido al menos tres veces que yo conozca. Una pintura para cascos de buques, como dicen que fue la utilizada, nunca es diseñada por sus fabricantes para ser una pintura mural permanente. Las razones que lo llevaron a pintar con ella no las conocemos a ciencia cierta, pero siendo Triana un experto muralista, solo pudieron ser: un ansia de experimentar técnicas nuevas o un bajo presupuesto. En ambas, la responsabilidad recae en nuestros gobernantes. 

Una contratación técnica no debió permitir nunca que una obra de la envergadura que se proponía, la realizaran con un material experimental o de tan poca duración por un lado y por otro el bajo presupuesto es la excusa eterna de los gobernantes mediocres que no entienden que  no se hacen obras de arte con limosnas, pues hay dinero suficiente  para contratar un buen mural o un buen monumento. Lo que no le pagaron a Triana en 1975 se lo están pagando a Gil Sanabria, que ha repintado el mural dos veces en 13 años, y en una década necesitará otra repintada por similares razones. 

Igualmente un gran número de murales de otros edificios públicos fueron contratados en las últimas décadas para ser realizados en pinturas efímeras. Ejemplos similares los encontramos en los murales del maestro Niño Botía, pintados en acrílicos y vinilos que tienen que ser rehechos cada seis o siete años como van a volver a hacer próximamente.

Una convocatoria reciente de la Alcaldía quiere pagar 12 millones de pesos por 18 metros cuadrados de mural. Por supuesto no esperen que esa obra tenga una suerte diferente a los murales de Niño Botía, ni que la realice otro Triana.

Pero volvamos a la repintada que Gil insiste en llamar restauración 

En el propio texto de Gil queda entendido que no respetó los fundamentos establecidos desde La Carta de Venecia que en 1964 sentó los principios generales para la conservación y restauración del patrimonio cultural hasta los “Principios para la preservación, conservación y restauración de pinturas murales”  que fueron ratificados por la 14ª Asamblea General del Icomos, en Victoria Falls, Zimbabwe, en octubre de 2003. Icomos es el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, máxima autoridad sobre esos temas, institución que avalada por la Unesco está en Colombia desde 1979 y cuyos documentos se encuentran fácilmente en la red.

Es así como mientras Gil Sanabria afirma que basados en unas fotografías estudiaron el deterioro del mural para adelantar el proceso de la restauración, el artículo segundo del documento del Icomos dice que “todos los proyectos de conservación deben iniciarse mediante una investigación científica sólida y rigurosa como requisito previo en cualquier proyecto de conservación”. Un proceso que requiere pruebas de laboratorio y de solventes además de fotografías.

Sostiene Gil en su carta que aparte del Araldit (un pegante epóxico de alto performance muy difícil de quitar) y del tinubin con los que cubrieron el 100 por ciento de la superficie, utilizaron los mismos materiales con los que fue hecho el mural y con los que ya lo había intervenido hace 13 años. El documento citado del Icomos expresamente aclara en su artículo quinto que la reintegración, o sea el llenado de los faltantes de pintura, “debe llevarse a cabo prioritariamente en materiales que no sean originales”. 

“Los retoques y las reconstrucciones deben realizarse de tal forma que sean discernibles del original. Todas las adiciones deben ser fácilmente reversibles.” Y aclara específicamente:  “No se debe repintar sobre el original.”

Es claro el documento del Icomos al afirmar que la “consolidación, limpieza y reintegración, deberán ajustarse a unos márgenes mínimos a fin de evitar cualquier menoscabo en la autenticidad”; que “siempre que resulte posible, deberán preservarse, preferiblemente in situ, las muestras de capas estratigráficas, como testimonios de la historia de las pinturas” y que “El envejecimiento natural que atestigua el paso del tiempo ha de ser respetado”.

Cualquier peritaje técnico de un restaurador experto tendría mucho más que decir de los materiales, técnicas y procedimientos utilizados por Gil Sanabria, aparte de lo ya citado. Pero no quiero seguir llorando sobre la leche derramada. Solo espero que esta historia sirva para que gobernantes y gobernados reparen con más atención sobre lo que tenemos, sobre lo que podemos perder en cualquier momento, llenos como estamos de buenas intenciones,  y sobre la dignidad que debe tener el arte, único testimonio palpable que queda de la historia de nuestros pueblos.

*Darío Ortíz es fundador y presidente del Museo de Arte del Tolima. 

Credito
DARÍO ORTIZ (*) Especial para EL NUEVO DÍA

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