Reyes Echandía y el Palacio de Justicia

Alfonso Gómez Méndez

Este viernes 6 se cumplieron 35 años del holocausto del Palacio de Justicia, el hecho violento de mayor gravedad en el Siglo XX en Colombia y cuyas consecuencias aún vivimos y recordamos cuando se habla de reformar la justicia.
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Por la acción criminal del M-19 y la infortunada reacción de la fuerza pública allí murieron más de 100 personas  entre asaltantes, miembros del Ejército, de la Policía y civiles como los magistrados de la Corte Suprema (CS) Carlos Medellín, Fabio Calderón, Ricardo Medina, Pedro Elías Serrano, Fanny González, Manuel Gaona, Alfonso Patiño, Darío Velásquez, José Eduardo Gnecco y su presidente Alfonso Reyes Echandía, de quien me ocuparé aquí por haberlo conocido de cerca y cuyos restos mortales finalmente la Fiscalía entregará a la familia, cuya voz aún resuena, sin respuesta, pidiendo cese al fuego para evitar la hecatombe.

También perecieron dos magistrados auxiliares: del Consejo de Estado, Carlos Urán, de cuyo asesinato por fuerzas oficiales su hija Helena ha publicado un libro estremecedor; y de la Presidencia de Reyes Echandía en la CS, Emiro Sandoval, notable criminólogo girardoteño  cuya hija Alexandra hace poco fue elegida vicepresidenta de la JEP.

En memoria del doctor Alfonso Reyes Echandía diré que pese a ser pariente del maestro Echandía, fue un hombre de origen popular, producto de su propio esfuerzo. Apenas niño de 8 años brilló como declamador hasta su muerte cruel. En su infancia, vio y sufrió de cerca la violencia contra el liberalismo. Tuvo que salir de su nativa Chaparral hacia Honda a terminar el bachillerato en colegio oficial, de donde fue expulsado por participar en una huelga. 

Habiéndose trasladado a Bogotá buscando continuar sus estudios, se aprestaba a trabajar como obrero raso en El Campín cuando su antiguo profesor en el Tolima lo “salvó” consiguiéndole trabajo en un colegio de Anolaima, donde conoció el amor de su vida, su esposa Sirenia Alvarado. 

De allí partió al colegio Guanentá de San Gil donde simultáneamente se ganaba la vida como profesor de educación física. Por cosas del destino, allí conoció a un joven subteniente -alcalde militar que luego sería el General Delgado Mallarino, desde entonces su mejor amigo y quien no quiso o no pudo atender sus llamados de horas antes de morir. 

Entre aulagas llegó al Externado y bajo la protección del maestro Ricardo Hinestrosa destacó como el mejor estudiante en la historia de esa universidad ganando la beca Sanín Cano para especializarse en derecho penal en Roma. Al regreso, formó una verdadera escuela de prestigio en la materia.   

Modernizó la jurisprudencia como magistrado del tribunal de Bogotá y de la CS. Para llegar nunca tuvo que “lagartear”, ni hacer rondas en la Corporación, ni participar en “concursos”, ni contratar las “chicas Águila” en el Congreso. ¡Eran otras épocas!

Participó activamente en la redacción de un código penal tipo para Latinoamérica. Promovió el Estado de Derecho e integró la Comisión Permanente para la Defensa de los Derechos Humanos que dirigía Vásquez Carrizosa. 

Ni los enardecidos guerrilleros del M-19 ni los miembros de las fuerzas estatales que actuaron sin preservar la vida de los rehenes, entrevieron el irreparable daño hecho a la República sacrificando a tantos inocentes como el gran ciudadano.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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