¿Estados Unidos de Colombia?

Alfonso Gómez Méndez

Como ocurre en la mayoría de países, en Colombia resultó muy difícil entender el “arrevesado” sistema de elección presidencial de los EEUU, donde no siempre el elegido es quien obtiene la mayoría de votos de los ciudadanos.
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Lo curioso es que en gran parte del siglo XIX y hasta comienzos del XX tuvimos un sistema parecido al de los “colegios electorales”. Nada raro, porque pese a que nuestros libertadores se inspiraron ante todo en los principios de la Revolución Francesa, como nación no adoptamos el sistema parlamentario sino el presidencial de los norteamericanos. Claro que, como casi siempre, lo copiamos mal. 

En los EEUU, de un lado no se embarcaron, como nosotros, en frecuentes cambios constitucionales -su Constitución tiene más de 200 años de vigencia-; y de otro, establecieron una real separación de poderes entre el Ejecutivo y el Congreso, que entre nosotros es solo formal. 

Toda nuestra vida política gira alrededor del Presidente. El congreso americano es tan poderoso como el Presidente. En Colombia, vía clientelismo, prácticamente ya no hay separación de poderes. 

En Norteamérica hubiera sido impensable que un Presidente cerrara el Congreso como lo hizo Ospina en 1949, alegando que su funcionamiento era incompatible con el mantenimiento del orden público. O, peor aún, que se aceptara, como lo hizo la Corte Suprema en 1990 -para desencadenar el proceso constituyente extra constitucional- que la causa de perturbación del orden público podría ser la Constitución misma.

Allá funcionan los juicios políticos contra el Presidente. Aquí, en general, no. Además, su sistema presidencial ha funcionado porque han tenido dos partidos políticos sólidos y con ideologías  claramente delimitadas. 

Igual sucede con la responsabilidad política, uno de los pilares de la sostenibilidad ideal del sistema. Nosotros confundimos responsabilidad política con responsabilidad penal. 

De otra parte, no existen lazos comunicantes entre política y justicia, pues aun cuando a los magistrados de la Suprema Corte los postula el Presidente, una vez elegidos y posesionados ejercen hasta su muerte o renuncia, inamovilidad que los hace independientes.

En Colombia, excepciones contadas -como las de 1843 y 1858- la elección de Presidente no fue directa pues la hacían los colegios electorales y a veces las perfeccionaba el Congreso. El episodio más conocido es el de la discutida ratificación de J. H. López por el Congreso en 1849 cuando, ante la presión popular de las sociedades democráticas, Mariano Ospina Rodríguez dijo: “Voto por José Hilario López para que no se asesine al Congreso”.

En  1863, con el nombre de “Estados Unidos de Colombia” la Constitución estableció un régimen Federal donde el Presidente era elegido “por el voto de los estados”; pero  si no lograba la mayoría, el Congreso perfeccionaba la elección. Sistema muy parecido al “gringo”: no contaban los votos de los ciudadanos sino los de los estados. 

El texto inicial de la Constitución conservadora de Núñez y Caro conservó el mismo sistema de la elección del Presidente “por las asambleas electorales”, forma con la cual en 1904 se produjo el famoso “chocorazo” recordado por Oscar Alarcón y cuyo significado recién explicó en este diario, en su estilo y previa rigurosa investigación, Juan Gossaín. 

Los votos de la “provincia de Padilla”, como se conocía la Guajira, fueron encomendados a Juanito Iguarán, a quien le firmaron las actas en blanco para que las llenara a conveniencia. Lo hizo en Barranquilla a favor de Reyes y le birló la elección al también rancio conservador Joaquín F. Vélez. 

Solo en 1910 se estableció de manera definitiva la elección directa del Presidente por los ciudadanos, pero hasta 1958 pudieron hacerlo sin limitación, con la participación por primera vez, y muy activa, de las mujeres. Ya sin los enredados consejos o asambleas electorales, sólo en la jornada de abril de 1970 se puso en duda el resultado. 

 Ante la incertidumbre derivada del complicado Sistema Americano, María Isabel Rueda y Roberto Pombo dijeron socarronamente: ¡Les faltó un “tigrillo” Noriega! Y yo anoto: ¿Al fin los americanos acomodarán al nuestro su vetusto sistema electoral?

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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