No olvidemos al Chocó

Alfonso Gómez Méndez

Si, literalmente pareciera “llover sobre mojado”, en medio de esta coyuntura por el huracán Iota que azotó inclemente a San Andrés, Providencia y Santa Catalina -además de los conocidos estragos invernales de “temporada” en otras regiones-, no sobra volver sobre el tema de la permanente tragedia en que viven nuestros compatriotas del Chocó.
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Imágenes difundidas en estos días –como la del niño consumido entre las ruinas, el lodo y las lágrimas por la desolación y el desamparo- no deberían dejarnos dormir tranquilos: la pobreza en toda su dimensión; viviendas que más parecen del siglo XIX o hasta del medioevo; comunidades totalmente desoladas; en fin, macabras huellas del terror y la orfandad por donde quiera.

En gran parte del mundo las poblaciones edificadas cerca de los ríos o del mar son florecientes y prósperas, para el disfrute de sus moradores y visitantes. Pero en Colombia y sobre todo en nuestra Costa Pacífica -aun cuando en la Atlántica se ven poblaciones que “habitan” en medio de las basuras, como algunas cercanas a Santa Marta- ciudades como Buenaventura, Tumaco, unas de Nariño, otras del Cauca y las del Chocó, no parece que siquiera se hubieran asomado al siglo XX.

¿Cómo entender que un departamento que nada en la miseria, en un mar de riqueza -con abundantes recursos naturales, una biodiversidad que envidiarían los europeos, oro y platino, hermosas playas y grandes sitios que lo convertirían en potencia turística y con pobladores afrodescendientes de excepcional inteligencia- hoy se haya convertido en algo así como laboratorio de todos los males del país?

Claro que gobiernos como el de Barco le han inyectado recursos al Chocó. Pero no podemos permitir que crezca esa especie de “bomba social”, que afecta además al departamento fronterizo. Fue muy diciente que al comienzo de la pandemia se desnudara en toda su extensión la crisis de la salud en la región hasta el punto de que abnegados trabajadores del sector seguían laborando pese a que se les debían meses de salario.

Las vías aún son un desastre. No se han desarrollado proyectos agrícolas, ni establecido allí industrias que generen empleo, por lo cual registra uno de los mayores índices de desocupación. El gran empleador sigue siendo el Estado, con todo lo que eso implica como dependencia del clientelismo y la politiquería. Fue, sí, un acierto crear la Universidad Tecnológica del Chocó. Pero sus   egresados no encuentran en la región empleo acorde con su preparación y tienen que salir del departamento y aun del país.

Y para completar, allí se reúnen delincuentes de todos los pelambres para hacer de las suyas: elenos, disidentes de las Farc, EPL y toda esa cantidad de jergas que ocultan el fenómeno paramilitar, aupados con el combustible del narcotráfico que se facilita, irónicamente, por mar y selva, principales fuentes de la riqueza regional. 

Hace poco el Presidente tuvo que trasladarse a Quibdó, pues en plena capital bandas criminales asesinaban a pleno día, tomando el control de la población. El narcotráfico puede ser, sí, el combustible, pero no la única explicación. El Estado tiene que asumir el control del orden público, no solo en sentido policial y militar, sino en sentido social.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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